Por ejemplo, no entiendo cómo es posible que uno de los programas más vistos de la tv sea ese en el que se reúnen 10 (o no sé cuántos) personajes que no saben ni escribir, que no sabemos ni porqué son populares, que no sabemos ni qué tienen que aportar de bueno a nuestra sociedad, que cobran un dineral a la semana por andar bañándose en un jacuzzi y discutiendo sobre vete a saber qué. O ese otro en el que dos chicas compiten por conquistar a un tío, los tres desnudos en la televisión, con unas conversaciones que harían revolver a más de uno en su tumba.
Algunos me diréis que con no mirar estos programas es suficiente. Que si no me gusta que mire para otro lado… Supongo que sí, mirando hacia otro lado es suficiente, pero eso dura poco. Es tan fuerte su onda expansiva que alcanza muchos otros ámbitos y ya no vale con apagar la tv o vivir en una burbuja particular. Nos envuelve y poco a poco nos va cambiando. A todos. Lo que hace un tiempo nos indignaba, ahora ya ni nos sorprende. Lo que hace un tiempo era una aberración, ahora nos parece hasta gracioso. Lo que hace un tiempo nos parecía un modelo a seguir, ahora se ha desvanecido.
Son pequeños detalles, como una gota malaya incesante, que van haciendo un surco en nuestras vidas sin que nos demos cuenta. Primero esto, luego aquello, pequeños cambios imperceptibles. Las leyes van cambiando a su antojo y necesidad, las reformas educativas, las normativas que regulan la convivencia en las ciudades, lo que está bien y lo que no, lo que necesita la mayoría y lo que le conviene.
A ti te parece que eres de esa mayoría, porque tu vida es de lo más normal: tienes sueños como cualquier otro, lo único que anhelas es que tú y los tuyos estéis bien de salud, poder trabajar en lo que te gusta, pagar tu casa y tus facturas y ahorrar un poco para ese viaje que tanta ilusión te hace. Pero poco a poco esos cambios imperceptibles de tu entorno van llevándote hacia la periferia de la normalidad. Llega un momento en que, sin darte cuenta, lo que la gente te dice que es lo normal para ti ha dejado de serlo. ¿Cómo me he convertido mentalmente en un excluido social? ¿Es o no para fliparlo un poco?
Parece que lo normal sea que trabajar 40h semanales no sea suficiente para llegar a fin de mes. Con suerte si trabajas. Con suerte si son sólo 40h. Parece que lo normal es que estés pagando una casa hasta que no te aguantes de pie, o que saldremos adelante cuando las grúas vuelvan a plagar el horizonte. Parece que lo normal sea no poder poner la calefacción para que la factura no te reclame un riñón.
“¡Pero si a ti te van bien las cosas! ¿De qué te quejas?” ¿Sabéis qué? Me quejo de que hayamos pasado por el tubo en infinidad de cosas. Como sociedad digo. Que hayamos dado por válidos comportamientos reprochables. Que hayamos mirado hacia otro lado durante una buena temporada. Que nos parezcan normales un montón de cosas que no lo son.
Por suerte hay muuuchas personas que no ven lo normal como algo normal. Y que no miran hacia otro lado y ya está. Hay muuucha gente que hace las cosas de un modo diferente, que se cuestiona esas “verdades” que intentan colarnos. Muuuchas personas que ven el valor en el otro, que ayudan y apoyan, que crean comunidad, que se arriesgan y superan los miedos. Hay muuuchas personas que no aceptan una única forma de vivir. Muchas personas valientes y despiertas. Muuuchas personas que creen que una fiesta es mejor cuanta más gente esté en ella.
En cierto modo, ésta es la razón por la que abrí este blog, para hablar de esa fiesta multitudinaria. Porque me enamoro de esas personas que sienten pasión por la vida, que son curiosas, inquietas, inconformistas. Lo lograron porque no sabían que era imposible, dicen.
No nos demos por vencidos.
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