Cuando aquel hombre tramitó el funeral se enteró de que su exempleado, un tipo callado y tímido que ni siquiera le había llamado para decirle que estaba enfermo, le había nombrado beneficiario único en el testamento. Al revisar el pequeño apartamento en el que vivía Robinson encontró un lugar ordenado y limpio con escasas posesiones.
En el armario más espacioso de la casa le aguardaba el gran secreto: decenas cajas de cartón, clasificadas alfabéticamente y por fechas, con miles de fotos y negativos de retratos. La nómina de los rostros era una galería de estrellas de todos los ámbitos: cine, moda, música, cultura y vida social. Una colección apabullante de iconos del siglo XX, retratados, además, en los momentos cumbre de sus carreras o cuando empezaban a demostrar que estaban llamados a figurar entre los genios.
Entre los retratos encontrados, se encuentran nombres del mundo de la moda (Ralph Lauren, Vidal Sassoon...), el cine (Michael Caine, Warren Beatty, Clint Eastwood, Dennis Hopper, Jack Nicholson, Julie Christie...), el periodismo (Tom Wolfe) y la música (Iggy Pop, Elton John, Leonard Cohen, The Who, Tina Turner, Daniel Barenboim, Glenn Gould, The Beatles, The Kinks, Joni Mitchell...).
El fotógrafo que había elegido vivir en el anonimato durante los últimos 25 años de su vida había sido, entre 1965 y 1972, uno de los fotógrafos en plantilla (junto a, nada menos, Richard Avedon,Irving Penn y Norman Parkinson) de los años más extravagantes y creativos de Vogue, la revista que demostró que la belleza y el glamour podían convivir con el riesgo. Desde su marcha de Vogue, vivió casi como un ermitaño y nadie sabía que había sido uno de sus fotógrafos y que había tenido a sus órdenes a los famosos más grandes. Desde su marcha de allí nunca volvió a hacer una foto.
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