Acostumbrados a los lirios sencillos, esos que otrora simbolizaron a la corona francesa, nos sorprende saber que éste también pertenece a la extensa familia de la flor de lis.
Debió pertenecer a alguna casa real desconocida y de la que ya nadie guarda memoria. Hasta podríamos decir que pudo ser el símbolo de los aburraes, esos primitivos e ignotos habitantes de este valle.
Por ahora sólo sabemos que esta planta crece en un jardín al borde de una calle y que parece haberse adaptado fácilmente a las difíciles condiciones que esta ciudad le impone a todos los seres que tienen que vivir en ella.
Una ciudad que aunque se la llame de la eterna primavera es bastante exigente con la flora que permite crecer en sus montañas.