La autonomía siempre es un punto importante a la hora de decantarse por un teléfono u otro. Nuestro cerebro no puede dejar de pensar en ese día en el que nos cagamos literalmente en nuestro maldito móvil cuando se apagó en mitad de una conversación súper importante. O cuando nos quedamos sin batería a media tarde porque la noche anterior no pusimos el teléfono a cargar.
Ese puerto USB, receptor de energía primigenia, que nos convierte en esclavos del primer enchufe que pillamos por banda. Todo con el fin de dar vida a nuestro increíble smartphone, que sin el “jugo primordial” no es más que un carísimo pisapapeles. ¿Y con un pisapapeles no se puede jugar al PUBG ni al Angry Birds? No amigo, no. Y además, el Angry Birds está ya más acabado que el floppy disk hace 15 años.
Aunque tengamos un Huawei P20 Pro todavía seguimos dependiendo de un cable y un enchufe, de una power bank, o de un cargador inalámbrico si nos ponemos en plan sibarita. La batería es el corazón que bombea la sangre que fluye por tu Android o tu Windows Phone, y por muy superdotado que sea tu cerebro, palmas igual si el líquido escarlata no corre por tus venas.
Por eso los fabricantes de telefonía móvil intentan explotar al máximo esa baza. Una buena batería te libra de muchos problemas. ¿Quién no querría una batería más potente? La cosa es que más batería no siempre es lo mismo que más autonomía.
Hay que tener en cuenta el tamaño de la pantalla, el consumo del procesador, la calidad de los materiales y algo tan etéreo como es el software que acompañará a esa batería. En cualquier caso, por lo general –siempre y cuando no se cometan excesos en los factores mencionados en la frase anterior- podemos decir que es una ecuación bastante fiable. Más batería = Más autonomía. OK. Aceptamos “pulpo” como animal de compañía.
Aun y todo, aunque tomemos esta regla como norma, seguiré pensando que los móviles con una gran batería no son para todo el mundo. Y mucho menos para mí. Ofrecen una mayor autonomía sí, pero las desventajas que aportan en otros sentidos, hace que no merezcan la pena en el día a día.
Vale, hablemos del elefante en el garaje. El peso. Las baterías de litio de hoy en día son lo que son, y si quieres ofrecer más miliamperios tu batería va a pesar más. Ahí no hay vuelta de hoja (al menos hasta que la tecnología no avance significativamente).
A efectos prácticos, esto quiere decir que si tienes un teléfono de 5000mAh o 6000mAh va a pesar y mucho. Más de 200 gramos seguro. Y por supuesto, se va a notar significativamente cuando salgas a la calle y lo lleves en el bolsillo.
Aquí la solución puede ser llevar el teléfono siempre en el bolso, pero no es solo eso. Un teléfono pesado siempre va a ser más difícil de manejar con una sola mano, y también te cansarás antes.
Y ya puedes tener un teléfono resistente, porque los teléfonos “contundentes” suelen tener una mayor tendencia a caerse o resbalarse de las manos en un mal gesto. Llevo 2 semanas con un smartphone que pesa 233 gramos y ya se me ha caído 2 veces. Y no sé cómo lo hace, pero cada vez que lo dejo en el sofá, se acaba deslizando por su propio peso hasta acabar en el suelo. ¡Menuda culebra!
Ahora mismo estoy pensando en recuperar alguno de mis viejos móviles, que, aunque son menos potentes son bastante más ligeros. Así, además, también podré salir a la calle sin parecer que llevo un lingote de oro en el bolsillo de la chaqueta. Ya veremos qué pasa.