En mi caso, creo que estaba predestinado porque desde que recuerdo abría las máquinas para saber cómo estaban construidas. Cuando me regalaron una máquina comecocos allá por el año 82, incluso me la jugué un día desmontándola, a ver esos circuitos.
Entonces, en el año 1984 cuando descubrí en casa de mis primos el primer computador, un ZX Spectrum, supe lo que quería hacer en la vida.
Emprender es un acto de obcecación y esfuerzo. Primero, se tienen que producir las circunstancias adecuadas, básicamente, que puedas comer y dormir mientras no tienes ingresos. La piel se hace muy gruesa y se te quitan las tonterías.
En un momento dado, te percatas de que le estás pidiendo algo a aquella persona a quien juraste no volver a mirar siquiera. La idea que llevaba años hibernando en el cerebro, que jamás (o sí) habías comentado, pero que nunca llevabas a cabo por mil razones.
Cuando ya están cubiertas las necesidades fisiológicas básicas, hay que preocuparse de la idea. Harry el Sucio decía que ideas tenemos todos (si sonríes es porque sabes lo que decía después; si no, lo buscas). Así que hay que hacer que la idea tenga sentido.
Algunos dicen que los planes de negocio son imprescindibles, pero yo creo que lo son para las cervicales. Tengo un grueso equivalente al listín telefónico de Barcelona en copias de planes de negocio y van estupendos debajo del monitor.
El plan de negocio es muy importante para ordenar tus ideas, porque las tienes que poner en papel y, además, deberían tener cierto sentido. Y es una dosis de realismo brutal. Aquí es donde comienzan las dudas.
Las dudas. No te las desempolvas nunca. Rodeado de agoreros, para los cuales el mundo seguiría con carne cruda (¿para qué quieres el fuego si te vas a quemar y siempre nos hemos comido la carne así?), se requiere fortaleza mental. Para comenzar la andadura y comenzar a vender. Porque si hay algo de lo que va el emprendimiento es de vender.
Comienzas vendiéndote la idea a ti mismo, lo cual tiene cierta facilidad porque hay confianza desde hace años, pero hay que continuar vendiendo la idea a la familia (recuerda quién te dará de comer) y los compañeros de aventura. Si no tienes compañeros, posiblemente nunca pases de ser un autónomo (o no), pero vamos, por eso que no quede.
Hay que vender tu idea para tener socios y el primer cliente. Dicen que una vez, en un evento de Internet de las Cosas, un cliente se ofreció a trabajar de verdad con una empresita de nueva creación y hubo tal feroz avalancha que entre todos se lo comieron. Así son los primeros clientes. Tan abundantes como los gremlins (los gremlins buenos).
Y uno pensará, pero bueno, si yo lo que quería era trabajar en este producto o servicio tan maravilloso que se me había ocurrido. Fantástico, pero sin dinero no tendrás empleados ni podrás explicárselo al mundo. Necesitas vender más.
Así que toca vender tu proyecto un poco más para conseguir dinero a inversores privados (toca explicar una historia convincente), inversores públicos (toca escribir una memoria como Guerra y Paz) o incautos amigos y familiares (esos cuñados). Si no tienes dinero, no arrancas, y si no arrancas, nadie te dará dinero (o no) para arrancar tu proyecto.
Llegados a este punto, es posible que estés exhausto. Un empresario con experiencia una vez me dijo que emprender es hacer un MBA en directo. Si no te gusta entender un balance, pues te aguantas. Si no te gusta la programación, pues vete acostumbrando a la jerga. Y si no te gusta vender, pues mal rollo.
Lo que resulta difícil de explicar es que, en este punto del trayecto, todo no ha hecho sino que empezar. Cada nuevo día en un negocio de nueva creación es una aventura.
Y dicho todo esto, pues resulta que la gente emprende, ya ves. Será porque tú mismo defines el rumbo que quieres imprimir a la idea. Será porque has creado valor tangible, personas, productos e invenciones donde antes no había nada.
O bien porque te levantas cada día con la ilusión y la energía de hacer algo que cambie el mundo. En mi caso, después de haber trabajado para empresas de diferentes tamaños y sectores, decidí crear mi propia empresa porque es una forma sublime de creatividad aplicada al mundo real. Yo no lo cambio por nada. Es una forma de vida. Y arrancar tu proyecto mola de verdad.
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