Entre los muchos cambios que ha sufrido esta ciudad, desde que se internó por los caminos del progreso, está el de la desaparición bajo tierra de la mayoría de las quebradas que trazaban sus líneas caprichosas en todas las montañas que rodean el Valle de Aburrá.
Algunas, como ésta, se sustrajeron a ese destino, pero perdieron la voz cuando fueron canalizadas. Su curso irregular fue trazado con arreglo a necesidades urbanísticas y las piedras e irregularidades del terreno que producían un sonido cantarín en los días soleados, o amenazador en las épocas de invierno desaparecieron, dando paso a un susurro tan leve que el ruido de la ciudad no deja percibir.