Alfred Stieglitz
Ayer viernes recibió una nota escrita con palabras suaves, de esas que lastiman sin doler, diciendo que se va a morir. No ahora, tampoco mañana o inmediatamente pero pronto. Igual que cuando murió él. Se pierde, se deshidrata y no se acuerda de muchas cosas y todo deja de existir, como si nunca hubiera vivido.
La noticia de la carta la inundó un rato largo y después se olvidó.
Se olvidó hasta el día siguiente cuando leía un libro sintiéndose completa con el sol dándole en el cuerpo. Con el calor en la cara. Con las cosquillas del día. Con el aire de estar viva. Con la certeza de ser ella.
Pensó en el pelo rojo de una amiga, ocurrencias cuando dejas volar la mente.
Y de golpe le vino la noticia que se iba a morir. Se levantó por un vaso de agua y recordó que sólo ella es la que conoce los nombres de todos los muertos. Desde su principio hasta el final. Y que ella se los sabe a medias y otro tanto se los inventa, pero es sólo ella quien conoce su pasado con exactitud y no lo dejó escrito. No lo dejó escrito en ninguna carta, en ningún papel.
Olga bebió agua y volvió al sol llena de preguntas sobre nombres e historias, sintiéndose más vacía que nunca.
Luciana Salvador Serradell