Porque aunque no hace ni tres semanas que volvimos de vacaciones, parece que hace una eternidad cuando disfrutábamos del dolce far niente en las playas de Cádiz (aunque lo de far niente sea un decir, porque con niños ya se sabe... )
Y es que en esta familia no se conciben las vacaciones de verano sin nuestras dos o tres semanas de playa, en las que la máxima preocupación es si alguien se habrá acordado de comprar hielos para el tinto de verano. Nos conformamos con poco. Lo que viene siendo el veraneo propiamente dicho, el de toda la vida, vaya, el de mi infancia, ese en el que te quitas el reloj el día que llegas y te lo vuelves a poner el que te marchas. Sin wifi, sin móvil, sin televisión... que televisión hay, pero ¿quien la necesita, con estas vistas y con esta compañía?
Veraneo con baños interminables, mañana, tarde y casi noche, da igual lo fría que esté el agua o la temperatura que haga fuera... Que el agua en Cádiz no es que esté helada, pero no es precisamente el Mediterráneo. Y a nosotros nos gusta así (aunque yo le bajaría unos graditos más).
Los desayunos en el chiringuito, la cerveza a media mañana, las paellas a las cuatro de la tarde y las cenas a las once de la noche. Porque en verano no hay horarios. Y esa gastronomía, ay, ¡se me saltan las lágrimas! Que aquí el pescado fresco no llega, y el que llega no sabe a nada y lo cobran a precio de oro.
Todo el mundo debería visitar el McDonalds del marisco al menos una vez en la vida
Y las bodegas, ¡cómo olvidarnos de las bodegas! Nuestra preferida es las 7 esquinas, aunque la visita a Osborne es muy interesante.
Siestas interminables, porque en verano el tiempo se estira como el día, y aunque te levantes a las siete de la tarde de la siesta, todavía queda tiempo por delante. Y si no diganselo al marido, que cada vez que aterriza en Cádiz tiene jet lag durante unos días.
Mención especial a la tacita de plata (lo que viene siendo la ciudad de Cádiz), que en parte por culpa de esas siestas, a pesar de llevar 11 años veraneando por estos lares, aún no conocíamos. Tiene delito, lo sé, pero la siesta, en verano, es sagrada. Lo compensé aprendiendo a hacer fotos panorámicas:
Que no os engañe nadie, el paraíso está en España, amigos, y se llama provincia de Cádiz. Pero no se lo digáis a nadie, que se nos llena de alemanes!