Vikram Kushwah
Un día de primavera Rosa se despertó con el corazón frío como si el invierno no se hubiese ido. Incluso cuando los deseos los tenía por los cielos, a las ganas todavía las tenía atrapadas en guantes de lana. En guantes de lana y calcetines gruesos por eso de tener miedo a soltarse, a soltarse desnuda y descalza si es que el sol hoy le da en la cara, si el amor la descoloca de la cama y si al fin las oportunidades, todas las que espera, le golpean a la puerta y entran a prepararle un té de menta y limón.
Entonces pensó en dejar de pensar en los círculos perfectos que la arrinconan en la esquina, en todo lo que arrincona a Rosa y echarle más azúcar al té. En cambiar ese último aire después del suspiro de enero por una carcajada, una que la desencaje y la siente de nuevo en su silla. Que le haga cosquillas en los brazos y hasta los dedos, que le provoque hipo bien adentro y que la haga llorar cuando hay risa. Una carcajada que le sacuda todo el invierno cuando todavía es abril.
Luciana Salvador Serradell