La semana pasada me fui con una estupenda pareja a realizar unas fotografías. Ellos se casan este verano, así que pensamos que lo mejor para ir soltándose delante de la cámara era hacer unas fotografías de pareja.
Al principio se notaba que estaban un poco tensos. Reconozco que no es fácil. A mí también me costaría parecer natural cuando una persona está haciéndome fotos. Pero todo es cuestión de tiempo.
Poniendo un poco de voluntad, al cabo de un rato dejas de escuchar el sonido de la cámara. Es así. Somos animales y funcionamos por instinto. Ante una experiencia desconocida es normal estar en estado de alerta y tensión. Pero llega un momento en que nuestro inconsciente reconoce que no pasa nada y empezamos a relajarnos. Entonces es cuando empezamos a realizar poses naturales, a tocarnos, a acariciarnos, a mirarnos...
Es cuando las fotografías empiezan a ser interesantes. Poco importa el encuadre, la exposición, incluso el enfoque. Importa el momento. El momento para mí es lo más importante. El momento puede durar una décima de segundo. Una pareja se está mirando a los ojos, pero hay un instante en que ella realiza una microexpresión que a la vista pasa desapercibida. Nadie se ha dado cuenta, pero la cámara sí que la ha captado.
Por eso realizo tantas fotos. Se podría pensar que hacer seiscientas fotos en una hora y media son muchas fotos. Sí. Y el trabajo que me cuesta luego ponerme a verlas una a una. Muchas son casi idénticas. Pero entonces ves una que te llama la atención sobre las demás. Durante la sesión no te habías dado ni cuenta, pero uno de ellos se había apoyado en el otro y había cerrado los ojos un instante. Estaba tan gusto que su cara lo transmitía.
Llega un momento que hacer fotos es fácil. Es tan fácil que las cámaras de fotos actuales las hacen solas. Incluso algunas detectan cuando el modelo está sonriendo, y entonces hacen la foto. Por ahora no detectan cuando una pareja está compenetrada, o cuando una pareja se está queriendo delante de la cámara.