CAPÍTULO 11. EL SEGUNDO SUICIDIO

EL SEGUNDO SUICIDIO

Ximena




UN MES DESPUÉS

¿Cómo explicarte la reacción de la gente de Villa Dorada cuando se enteraron del segundo suicidio?

Creo que mejor te explico mi contexto; porque contarte las cosas que la gente decía en la calle es un poco complicado.

Estábamos en vísperas de la graduación. Sí. De esos días en que los alumnos son ya libres de cualquier carga pesada que les genere la escuela. Un día antes de la graduación nos citaron en el bachillerato para ensayar la ceremonia del día siguiente. La mayoría de estudiantes graduados se quedarían en Villa Dorada a hacer sus vidas. Yo, me mudaría a la capital del estado para continuar con mis estudios.



Iba a estudiar psicología, incluso ya había aprobado el examen en la universidad; sólo restaba graduarme. Había pasado ya más de un mes de la muerte de Diego; no sé si es correcto decir que la gente se había olvidado del acontecimiento, pero por lo menos ya habían dejado de hablar de eso, hasta en la iglesia, cuando el padre daba el sermón.

Visitaba la tumba de Diego cada vez que me sentía sola. El panteonero me miraba extraño y yo notaba que quería iniciar una conversación. La última ocasión que fui a la tumba de Diego (que fue cuando cumplió un mes de muerto) compartí más palabras con él. Ya sabía su nombre: Marcos; un nombre muy común.

Los días anteriores había mantenido una peculiar relación con Matías acerca de las teorías que llevaron a la cuenta de Diego a mandarme ese extraño mensaje. Hasta la fecha no lo había descifrado, ni tampoco había recibido ninguna otra cosa proveniente del perfil del chico muerto. Por lo visto, Matías tampoco había presenciado nada extraño en la red social.

Sin embargo, cada vez era más adicta a releer el misterioso mensaje que me dejó Diego: Entre la Dawn y el Aura. Le había dado mil vueltas al asunto. Matías me había ayudado a hacerlo. Hasta la fecha no teníamos ninguna posible teoría que de verdad nos convenciera.

Justo el día del ensayo para la ceremonia de graduación, Matías me interceptó en la entrada de la escuela con el rostro lleno de felicidad.

Estuve investigando un poco más sobre la frase que te mandó Diego. dijo él mientras tecleaba algo en su teléfono. La mirada curiosa de algunos de nuestros compañeros se paraba sobre nosotros. Últimamente pensaban que yo y él andábamos, cosa que era completamente mentira.

¿Hay algo interesante? inquirí.

En realidad no mucho. Pero Dawn y Aura son nombres de libros.

¡Claro! El clásico Aura, de Carlos Fuentes: la novela que nos hicieron leer por obligación el año pasado en la clase de literatura. Misma novela que trata sobre cómo una vieja aparenta ser una jovencilla de unos cuantos años por medio de la magia. Pero ¿Dawn? No conocía ninguna novela titulada así.

Ubico Aura… pero ¿Dawn? pregunté con el ceño fruncido. No había escuchado el título de un libro así.

Aunque en realidad, la lectura no fuese lo mío.

Sí. Al parecer el año pasado se publicó un libro con el mismo nombre. Así, seco, tal cual: Dawn. El autor es Edmundo Paz… o algo así… básicamente es una novela futurista. explicó más emocionado que de costumbre.

Pero ¿eso qué tiene que ver con Diego? preguntó.

¿Le gustaba la lectura? quiso saber. Tú lo conocías aún más que yo.

Recordé los pocos momentos en que había ido a su casa. Definitivamente sí le gustaba la lectura. Recuerdo haber visto un estante en su habitación repleto de ejemplares de todo tipo. Él era el único chico deportista que yo conocía al que también le gustaba la lectura.

Sí. Recuerdo que sí.

¿Y si tiene esos ejemplares en su casa? ¿Y si de verdad hay algo entre la Dawn y el Aura? apuntó.

Entonces las ideas en mi mente se conectaron de inmediato.

Lo miré con gesto curioso.

Pero, ¿qué propones? No podemos meternos así porque sí a su casa y buscar entre sus pertenencias. susurré.

Bueno… mira, por el momento estaremos muy ocupados con todo esto de la graduación. En los próximos días podemos intentar que sus padres nos dejen entrar a su casa y averiguar si posee esos ejemplares. ¿Qué podemos perder? Es la única posibilidad real que tenemos para encontrar algo, aunque la idea suene demasiada loca. guiñó un ojo.

¡Atención! dijo una voz. El director se paraba frente al micrófono para dirigir el ensayo de la ceremonia. Después de unos cuantos minutos y en medio de una suave lluvia, terminamos el ensayo, con la promesa de llegar puntuales al día siguiente plantel.

Generalmente las graduaciones entristecen a muchos; pero esta, para mí, era distinta, ya que tanto Matías como yo estábamos involucrados en lo que parecía ser un caso de Scooby Doo sin un posible final. Quizá no encontraríamos nada… pero la realidad fue otra.

Después del ensayo cada quien partió a su casa.

Justo cuando iba a atravesar la avenida principal de Villa Dorada, una patrulla estuvo a punto de arrollarme. Detrás de ella iba la ambulancia; ambas vociferaban sus sirenas que llenaban de preocupación el pueblo entero.

En un primer momento pensé que sería un accidente; en Villa Dorada eran usuales y a nadie le extrañaba que los viajeros que pasaban por aquí murieran en los acantilados de las carreteras. Pero cuando ambos vehículos doblaron a la izquierda, por una de las calles del pueblo, me llené de preocupación e inquietud.

Presa de la curiosidad, corrí detrás de los vehículos por unas cuantas manzanas más. En ese trayecto, estuve a punto de arrollar a una débil anciana que caminaba con su bastón por la acera; choqué contra un chico que andaba en bicicleta y hasta me gané un par de insultos. Pero que algo extraordinario pasara en Villa Dorada era digno de verlo de primera mano y no iba a desaprovechar la oportunidad de ser de las primeras en enterarme de la noticia.

Y sí: pasó algo realmente extraordinario; aunque no en el buen sentido de la palabra.

Yo misma fui testigo de cómo dos mujeres lloraban a cántaros bajo el cadáver de un chico que yo conocía. El muchacho se había colgado del balcón de su casa, atando la soga desde los barandales y arrojándose a la calle. Murió lentamente ante los ojos de los transeúntes a esa hora del atardecer.

Había muchos curiosos. La mayoría de ellos estaban siendo dispersados por las fuerzas del orden, mientras que las dos mujeres (madre y tía del chico, respectivamente) gritaban y gemían golpeando el suelo y las paredes.

¿Por qué? HIJO. decía la más regordeta de ellas tirándose al suelo y golpeándolo; mientras tanto, sobre el asfalto, caían gotas de sangre provenientes de la nariz del chico.

El joven iba en segundo año de bachillerato. Era callado y realmente no sobresalía en nada; sin embargo, estoy segura que su muerte ahora lo pondrá a la talla de Diego.

Traté de acercarme más pero no pude. Aunque eso no me impidió ver un extraño círculo marcado alrededor de la muñeca del muchacho: cual marca de la muerte.

Sentí una mirada sobre mí y viré hacia la calle que estaba parcialmente iluminada por las farolas. Detecté la silueta de una cabeza asomándose desde la esquina, viendo la escena de manera incógnita. Cuando esa persona captó mi mirada, desapareció.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y decidí encaminarme a mi casa. Sentía frío y miedo. ¿Por qué se había suicidado?

Y sí: al día siguiente todo el mundo se preguntaba:

¿Supiste lo del otro chico que se mató?

Hasta en la ceremonia de graduación, donde le rindieron un homenaje. Mientras tanto, la familia sepultaba al segundo suicida en la historia de Villa Dorada.

Por alguna razón, el profesor de Filosofía no asistió a la graduación.



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