Víctor
Llegué a la escuela más tarde de lo debido. Por fortuna no había nadie cuidando la entrada; de lo contrario, no hubiera podido pasar a recibir mis últimas clases.
Los alumnos en general disfrutaban de la hora de descanso. Como siempre, imperaban las risas y golpeteos de balones en las canchas de baloncesto y futbol. Me sentí un poco extraño al llegar a esa hora; normalmente no era un chico impuntual.
Por alguna extraña razón no pude dormir, sentía una rara sensación de calor que me hizo levantarme a las dos de la madrugada a darme un baño con agua fría. Encendí el televisor donde lo único que había era un comercial sobre una espléndida faja femenina que reducía hasta cinco tallas con sólo ponértela. Luego, fui testigo del anuncio de una innovadora sartén a la que no se le pegaba ningún alimento.
Lo sé: muy interesante.
Logré dormir a eso de las cinco de la mañana y desperté a las diez. Pero ni pienses que me despertó la alarma o los rayos de Sol entrando por mi ventana; fueron las decenas de notificaciones que le llegaron a mi teléfono celular a esa hora.
La mayoría de ellas pertenecían a nuevas solicitudes de amistad que decidí ignorar. Mientras que en el espacio de las notificaciones, me di cuenta de que la chica que apenas había aceptado hace poco, Dawn Walker, había visitado mi galería y me había dejado una innumerable cantidad de likes y comentarios.
Debo admitir que me sentí emocionado cuando vi eso. ¡Que a una chica tan guapa le gusten tus fotos, es sin duda algo inesperado y gratificante! Y, vamos, mis fotos no eran del todo malas. Me gustaba mostrar el cuerpo que había adquirido en tan poco tiempo.
Decidí ver los comentarios después. Así que fui hasta la cocina y encontré dos plátanos y una manzana marchita; con ellos me hice un intento de licuado y lo bebí rápidamente. Peiné mi cabello y me di una leve afeitada antes de partir a la escuela.
Cuando llegué, busqué a Matías por doquier. Parecía que no estaba jugando futbol, aunque normalmente eso hacía en los recreos.
Caminé hasta el aula correspondiente y dejé mi mochila en uno de los lugares más apartados. En ese momento el profesor de Filosofía iba entrando; noté que un nuevo tatuaje en forma de cruz invertida sobresalía desde su muñeca. El tatuaje era morado.
Él notó mi mirada curiosa.
¿Te gusta mi nuevo tatuaje? preguntó sombríamente antes de beber de su vaso de café.
Para mi gusto: es un poco extraño. le dije entrecerrando los ojos. Pero pienso que cada quien es libre en su cuerpo.
¿Alguna vez has pensado hacerte uno? quiso saber.
Quizá cuando mis brazos incrementen. tensé mi brazo izquierdo. El profesor me miró con cierto morbo.
Entre los estudiantes corrían rumores de que el profesor tenía tendencias homosexuales. Él vino a vivir a Villa Dorada hace quizá tres años; al parecer hasta la actualidad estaba soltero. Pero no me incomodaban esos rumores.
El hombre de treinta y muchos años se sentó en su lugar y siguió mirándome.
¿Sabes, Víctor? Cuando tenía tu edad también me gustaba hacer ejercicio. no sé si lo decía en serio o solamente para iniciar alguna conversación.
¿Y qué pasó? pregunté viendo su escuálida figura.
Bueno, tenía cosas que demandaban más tiempo. Y me di cuenta de que yo no era quien pensaba… es decir, yo era distinto; me sentía extraño con este cuerpo físico en el que nací. Deseaba haber tenido otra apariencia. comentó con la mirada perdida. Agitó su mano en el aire. Pero eso fue hace mucho tiempo. le restó importancia, y ahora estoy bien conmigo mismo. Encontré en la Filosofía una forma de liberar todos esos pensamientos extraños que no me dejaban en paz en mi adolescencia.
Creía que estaba un poco loco. Quizá fuese cierto.
Víctor, ¿crees en la reencarnación? inquirió. Yo estaba a punto de salir del aula.
No lo sé. fruncí el entrecejo. Creo que la gente muere y es todo.
Pero, ¿qué pasa con su esencia? apuntó. Quizá en otras realidades podemos ser otra persona. O aquello que siempre quisimos ser. perdió la mirada en la pared.
Me burlé en mi interior.
Bueno, el receso está por terminar y quiero…
¡Oh! Anda, no te quito más tú tiempo. De todas formas te veré muy pronto. y siguió bebiendo café. ¡Claro! Me tocaba clase con él dentro de diez minutos.
Salí del aula que olía a incienso y escruté entre los alumnos que se sentaban en los comedores en la búsqueda de mi amigo. Allí estaba Matías charlando con una chica que no pude definir a esta distancia; cuando me acerqué, me di cuenta de que era Ximena.
Ambos me miraron extrañados. Yo hice lo mismo con Matías. Hasta donde yo sabía, él no quería nada con ella y nunca se habían dirigido la palabra.
¿Interrumpo algo? le dije en cierta burla. Ella le estaba enseñando algo a Matías desde su teléfono.
No. respondió la chica bajando el rostro.
Matías tragó saliva y me mostró la pantalla de su móvil.
Vi una solicitud de amistad en Facebook; lo raro era que esa solicitud venía del perfil de Diego.
Y ayer le llegó un mensaje a Ximena de la misma cuenta. dijo Matías con nerviosismo.
Me extrañó eso, pero no me aterró… en algunas ocasiones Facebook fallaba.
¿Y qué decía el mensaje? quise saber.
Decía: entre la Dawn y el Aura. Dawn. Ese nombre de inmediato me sonó.
¿Qué quiere decir? interrogué. Por sus rostros me enteré de que ellos tampoco sabían lo que significaba.
Intenté buscarlo en Google. Pero no me salió ningún resultado convincente. comentó Ximena con la vista perdida. Tenía los ojos inyectados de sangre.
No tengáis un mal viaje. me reí. Probablemente su cuenta la maneja alguien más. Como sus padres.
¿Y qué ganarían ellos con hacer este tipo de cosas? señaló Matías.
… o su novia. añadí . Quizá tenía la contraseña y esas cosas…
Su novia no es. respondió tajante Ximena . Ella ni siquiera era de Villa Dorada. Era de Torres de Alicante. La vi en el funeral.
¿Se llamaba Dawn? le pregunté sin haberlo pensado antes. Ambos chicos me miraron con incertidumbre.
No lo sé. contestó Ximena secamente.
¿De qué Dawn hablas? preguntó Matías, curioso.
No me hagas caso. dije. El timbre sonó, indicándonos el inicio de la segunda parte de clases. Matías me miró extrañado. Ximena se retiró despidiéndose con un simple estamos en contacto y yo caminé rumbo al salón de Filosofía.
¿Te refieres a Dawn Walker? preguntó él con tono mordaz.
Lo miré y no respondí nada.
Debí decirle todo en ese momento.
Pero me callé. Y las consecuencias vinieron después.
Decidí hablar cuando ya era muy tarde y nadie podía ayudarme.
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