CAPÍTULO 8. UN NUEVO INTENTO


UN NUEVO INTENTO

Alexa

Esa noche cuando la puerta se abrió, y Caterina y yo estábamos en la habitación de Diego (en una casa que no era la nuestra, a la cual nos habíamos metido sin permiso), nos dimos cuenta de que el aire había abierto la puerta. Exacto, habíamos dejado la puerta del balcón entreabierta y los ventarrones de aire aprovecharon para entrar a la casa.

Miré a Caterina y mientras tomábamos algunos papeles del chico y los metíamos en nuestros bolsillos, corrimos hacia el balcón. Eché un vistazo y me percaté de que efectivamente: la luz en la habitación de los padres de Diego estaba encendida. Y se oían voces en el interior.

Entonces ni siquiera lo dudamos y salimos corriendo de la casa. Salté del balcón hasta la barda de los vecinos, acto que me hizo tropezar y por fortuna no caer desde tres metros de altura. Me hubiera fracturado algo.

Y así fue. Corríamos en mitad de la madrugada por las calles de Villa Dorada, con cartas robadas de las pretendientes de un chico muerto. Después de correr un par de manzanas y cuando ya nos sentíamos a salvo, nos detuvimos en una esquina que daba a la avenida principal del pueblo.

Me giré a ver a Caterina y ambas reímos por el atrevimiento. Conectamos las miradas y chocamos las manos.

Esto ha sido lo más emocionante que he hecho en mi vida. le dije sacando los papeles de mi bolsillo. Reí a carcajadas y di saltitos.

Y fue muy peligroso… aun así no encontramos nada. sonaba un poco decepcionada.

Bueno, quizá no dejó nada sobre su muerte.

¿Qué encontraste en su ordenador? quiso saber retomando nuestro andar por las calles repletas de oscuridad. Los faros amarillos eran los únicos que luchaban contra las tinieblas de las doce de la noche.

Recordé entonces el mensaje de texto de la tal Dawn Walker. Sabía que quizá ellos dos habían mantenido una conversación anterior, pero no logré averiguar qué tipo de relación tendría esa chica con Diego.

Dudaba mucho que fuese su novia en turno; pero todo podría pasar...

No encontré nada importante. le dije. Yo me quedaría con la satisfacción de haber encontrado ese mensaje; por lo menos era algo que momentáneamente no quería compartir.

Caminamos en silencio una manzana más hasta la plaza principal. ¡Todo estaba tan desierto, tan muerto... como un pueblo fantasma!

Caterina constantemente se giraba hacia atrás, hacia algún punto en la densa negrura que sólo ella podía ver; y aceleraba el paso.

¿Caterina, pasa algo? le pregunté finalmente.

Alexa… no quiero asustarte… pero hay alguien siguiéndonos. giré el rostro hacia atrás y en efecto, vi una sombra parada en medio de la avenida. Justo en la línea blanca que divide los dos carriles, se encontraba aquella silueta; parecía ladear la cabeza, cual ave de rapiña.

La sombra estaba quieta y pétrea; oscura y profunda... movía sus brazos lentamente en torno a sí.



Se me heló la sangre cuando la silueta empezó a caminar hacia nosotras.

¿Quién es, Alexa? preguntó Caterina cada vez más nerviosa.

No sé… tenemos que irnos… y en el momento justo en el que nos disponíamos a correr, chocamos contra alguien.

Era un policía: entre sus manos traía un vaso de café humeante a medio beber; llevaba una bufanda con estampado de calavera y una gorra para el frío.

¿Qué hacen a estas horas en la calle? inquirió.

Ya íbamos a nuestras casas. le dije a mala gana. Miré de nuevo hacia atrás para ver la silueta, pero me percaté de que ya se había ido. No había tal nada.

Deberían irse… las calles están desiertas. dijo el hombre.

Eso haremos. torcí el gesto y tiré velozmente de Caterina.

Esa noche durmió conmigo. Y justo cuando atravesé la puerta de mi casa, pude ver la silueta oscura parada de nuevo en mitad de la calle, mirándome. Esa persona extraña nos había seguido.

***

El día siguiente me desperté con la noticia de que no iba a haber clases. Sin embargo, todo el día estuve pensando en ese extraño mensaje que Dawn Walker le dejó a Diego horas después de que la noticia del suicidio corriera como pólvora.

¡Lamentable tu muerte! Pero creo que lo merecías.




¿Por qué se lo merecía? ¿Qué sabía ella que ninguna otra persona sabía?

Y, aunque no lo creas, yo apoyaba esa idea: él se lo merecía. ¡Absolutamente sí! Pero yo lo conocía y sabía perfectamente que sí se lo merecía... Ahora, ¿Dawn Walker conocía a Diego?

Tu padre va a estar dos días más en Memphis. comentó mamá colgando el teléfono mientras yo comía cereales con leche.

Mi mirada estaba perdida en los copos del tazón hundiéndose en la leche.

Claro. Entiendo. le dije saliendo de mi estado de sopor.

Fui hasta mi habitación donde Caterina aun dormía y me di un baño. Me maquillé y luego, junto con Caterina, nos pintamos las uñas mientras veíamos una película de romance juvenil.

Ella mascaba chicle, cual vaca regurgitando.

Aún sigo pensando en la silueta que nos seguía anoche. comentó ella mientras me pintaba el pulgar de color magenta.

Ay, bueno… ¡por lo menos piensas en algo! me burlé. Ella guardó completo silencio.

Con la otra mano abrí Facebook y me metí a las decenas de mensajes que no había leído. La mayoría eran de chicos de pueblos cercanos a Villa dorada e incluso de aquí; y sí, la mayoría me coqueteaban. Aún no tenía novio oficial, pero probablemente pronto lo tendría: ya me estaba hartando de la soledad.

Había un chico que me interesaba. Él se llamaba Rogelio, vivía en una finca campestre a las afueras del pueblo. Sus padres se dedicaban a la ganadería y, aunque era cinco años mayor, era demasiado guapo. Estudiaba agronomía (para serte sincera: no sé lo que es) y pronto se graduaría. Realmente era atractivo... y yo, como lo había dicho Caterina algún día, podía darme el lujo de elegir entre varios. Mensajeábamos la mayor parte del día y habíamos quedado de vernos en unas cuantas ocasiones. Nada serio.

¿Por qué no dio frutos esa relación? Bueno, de eso te darás cuenta más adelante. Y sabrás el motivo. Mis fotografías en Facebook superaban los likes de cualquier otra chica de Villa Dorada; incluyendo a Caterina, que intentaba parecerse a mí.

¡Mala suerte, chica! ¡Suerte para la próxima!




¿Has pensado cambiarte el tono de cabello? preguntó ella súbitamente dándome un último retoque en el pulgar.

¿Y tú has pensado cambiarte la cara? maldije.

Caterina soltó una risotada. Terminó de pintarme las uñas y luego se fue a su casa.

Pero yo tenía otros planes (los cuales no le dije a Caterina): regresaría a la casa de Diego.

Y así lo hice.

Cuando dieron las once de la noche empecé a caminar rumbo a mi destino. Se me enchinaba la piel al recordar la silueta de anoche. Así que evitaba a toda costa girarme hacia atrás.

Me metí sin problemas a la casa. Esta vez escuché una conversación en la planta de abajo, lo que anunció que los padres de Diego estaban aún despiertos.

De puntillas caminé hacia la habitación del chico y encendí la lámpara. Cerré la puerta y respiré profundamente.

Ahora, el aroma a suciedad era más perceptible. Típico cuarto de chico, pensé; aunque esto fuese una falacia.

Había botas de montaña y bambas de baloncesto sobresaliendo del armario. Vi el desorden que dejé con Caterina la noche pasada. Traté de arreglar un poco el pandemónium y luego me dirigí al ordenador.

Las voces de los adultos se oían cada vez más cercanas: estaban en el pasillo. ¡Podían descubrirme! Corrí a apagar la luz y me arrodillé junto a la cama, en medio de la oscuridad... entonces escuché pasos cercanos a la puerta y rápidamente me metí debajo de la cama.

La puerta se abrió con suavidad y las luces se encendieron. La madre de Diego había entrado a la habitación. Y yo estaba allí, debajo de la cama: oculta. Si me llegasen a descubrir, podría meterme en serios problemas al estar en propiedad ajena. Ni siquiera respiraba. Cualquier pequeño ruido me delataría.

Juro que estaba temblando de miedo.

Los pies de la mujer bordearon la cama y luego se detuvo frente a la estantería.

Escuché unos sollozos y luego unos rezos. La madre del chico estaba rezando. Y yo estaba allí: profanando un lugar que debía ser respetado. La mujer se retiró al cabo de unos minutos y apagó la luz. Me quedé a oscuras de nuevo.

Busqué mi móvil en el suelo enmoquetado y lo único que encontré fue el teléfono de Diego que ayer había visto. Seguí buscando el mío hasta que di con él y encendí la linterna. Vi la basura acumulada debajo de la cama y un montón de cables conectados al enchufe. Entonces, en medio de la oscuridad, conecté el teléfono de Diego a su cargador y lo prendí con rapidez.

Afortunadamente no tenía contraseña y accedí fácilmente a sus aplicaciones. Primero me metí en su galería: vi vídeos pornográficos e imágenes de chicas... entre ellas, ¡obviamente!, estaba yo. Así es, había fotos mías en su teléfono que me hicieron sentir halagada. Pero también había de Ximena... y de esa tal Dawn Walker.

En otra carpeta había fotos íntimas de él. Y no eran las fotos que yo poesía. Estas eran otras que probablemente le mandó a alguien más.

Un ruido me sobresaltó viniendo del ático y entonces decidí salir de mi escondite, llevando conmigo el teléfono de Diego. Salí de la habitación y me pareció escuchar desde la cama del chico (justo antes de cerrar la puerta) un susurro... un lamento... algo que me erizó cada vello y me hizo correr.

Salí de la casa con facilidad. ¡Qué suerte! ¿No?

Corrí por las calles oscuras unos cuantos minutos. Cuando llegué a la plaza me giré hacia atrás y, sí, allí estaba aquella sombra: en el mismo sitio, con la misma apariencia caída.

¿Quién era?

Corrí con más velocidad aún con la vista atrás. La sombra allí seguía, hasta que decidió también correr hacia mí.

¡Corría para alcanzarme!

Esa persona me iba a atrapar.

Esa cosa venía tras de mí.



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