La falsa etiqueta colaborativa

Hace tiempo que se viene observando una especie de prostitución con el uso del significado de “colaborativo”, aplicándose el término a proyectos y empresas que poco o nada tienen que ver con una actitud colaborativa.

En España y el mundo en general, son cientos de miles de empresas en Internet las que se asocian a esta nueva forma de hacer economía. Solo tienes que echar un vistazo al funcionamiento de la propuesta para afirmar que en absoluto funcionan bajo los fundamentos de la EC (economía colaborativa).

El fundamento de la EC es dar valor al compartir.

El denominador común de todos los proyectos colaborativos es compartir recursos a través de la conexión en red para ganarse un dinero extra. La mayoría de iniciativas EC están basadas en las tecnologías de la información y comunicación (TICS) que permiten la creación de redes y portales donde se pueden realizar interacciones de forma masiva.

 Enfocado desde la vertiente económica la clave está en la colaboratividad en red, facilitarla y no interceder, liberalizando sectores actualmente intervenidos por el mercado, así de esta manera dar más libertad a la gente a la hora de hacer negocios.

La transparencia en las interacciones, la inexistencia de barreras de entradas y salidas, la movilidad y los bajos costes se erigen como las claves del éxito de la creación de empresas y proyectos de EC.

Y es en el tradicional mercado inmobiliario donde este nuevo paradigma económico irrumpió por primera vez, con uno de los casos más famosos como es el de AirBnB, la web internacional de alquiler de apartamentos vacacionales.

La idea de AirBnB en sus inicios si estaba fundada bajo una fuerte acción colaborativa o estructura P2P, (y en la actualidad es un canal muy importante de intermediación) pero ha perdido todos sus componentes colaborativos al interceder en los canales de comunicación de los usuarios y parasitar las relaciones de colaboración que se dan en la ciudad o en la red.

En la actualidad aunque se utilice “la etiqueta de la economía colaborativa” más que una empresa sustentada en EC, AirBnB propone una sociedad de propietarios rentistas.

Quizás la culpa no sea de AirBnB si no de sus usuarios, porque ya no son cuatro personas que comparten piso, si no miles de pequeños negocios diseminados a lo largo y ancho de las ciudades.

Por no profundizar en la incipiente burbuja de apartamentos vacacionales en el centro de las ciudades provocada por este tipo de plataformas y gentrificando barrios periféricos y aumentando los precios del alquiler de viviendas.

AirBnB es ya un negocio inmobiliario puro y duro. Ni de cerca toca ya lo colaborativo.

A raíz de su éxito han aparecido cientos de webs similares como pueden ser 9Flats, AlterKeys, HomeAway, Rentalia o Wimdu. Todas ellas de alguna manera han sido vinculadas a la EC, sin embargo intervienen con cobros o comisiones en las conexiones de los usuarios, por lo tanto, dejan de ser empresas colaborativas para convertirse en empresas con un modelo de negocio del capitalismo más tradicional.

 ¿Es conveniente utilizar el marketing en torno a esta palabra engañando al usuario y al cliente? ¿Están pervirtiendo la palabra y contaminando el concepto?

La economía colaborativa se está convirtiendo en un cajón desastre, los sectores del transporte y de la movilidad, del ocio y la cultura o de la alimentación también ha resultado ser un campo de pruebas para la EC.

BlaBlaCar le pasó exactamente lo mismo que a AirBnB, empezó siendo una genial idea de turismo colaborativo pero pronto empezó a cobrar a los clientes, interviniendo, en definitiva, la esencia del producto.

Así BlaBlaCar dejó de ser EC para convertirse en una empresa con un innovador servicio pero de corte tradicional. No se puede negar que para el cliente hay un beneficio mayor que el precio del servicio, y la empresa aumenta de forma considerable los ingresos cuando se intercede en el contacto entre usuarios.

BlaBlaCar lo que ha conseguido es sustituir el autoestopista gratuito o autostop en “consumidor colaborativo”, utilizar la etiqueta de la ECONOMÍA COLABORATIVA, es hacer trampa.

Si se interviene el modelo de negocio con cobros y comisiones, es lícito, pero NO es economía colaborativa.

Cabify por si exista alguna duda, tampoco es economía colaborativa, es solo un negocio que gracias a los bajos costes de acceso que proporcionan las herramientas digitales basadas en red quiere sustituir a un gremio tradicional de trabajadores por otro. Cabify es posible que sea una empresa legal (obviemos donde tenga la sede jurídica sea paraíso fiscal o no) pero se aprovecha de una des-regulación evidente desde las Administraciones públicas.

¿Intervenir o liberalizar sectores tradicionalmente intervenidos desde el Estado?… Es un debate que se aleja de la esencia de este artículo, desde luego desde aquí Trátalo se posiciona a favor del trabajador y del trabajo local de forma contundente.

La tecnología y lo tradicional no son antagonismos si no que tienen que aprender a convivir.

Con Deliveroo, Just Eat, Glovo o Uber pasa igual. ¿Es economía colaborativa una empresa que tiene “contratados” a cientos de “trabajadores autónomos” con salarios paupérrimos? Estos nuevos modelos de consumos están en “auge” y es solo el principio, pero no llamemos a esto economía colaborativa, ni digamos que es una comunidad, en ninguna de sus acepciones.

Giana Eckhardt profesora de marketing de la Universidad de Londres ha estudiado durante años las comunidades inter conectadas de las que presumen las mayores empresas de EC llegando a la contundente conclusión de que “no hay ninguna comunidad interconectada”.

El motivo es simple, y es que quien alquila o alquila completo o tiene un mínimo contacto mientras convive. El que alquila una plaza de coche no quiere crear comunidad, quiere un ahorro o cubrir el trayecto hasta el trabajo que anteriormente cubría andando. Una relación calcada de un intercambio comercial, una vez se consigue lo que se quiere desaparece la relación.

Miguel Ferrer consultor en políticas digitales afirma en su blog ECONOMÍA COLABORATIVA Y REGULACIÓN lo siguiente ; “a las empresas que se suman a la economía colaborativa hay que exigirles que empoderen a los usuarios mediante una plataforma abierta que permita el intercambio de bienes y servicios de forma eficiente mediante las tecnologías de la información (TIC)”.  

En ningún momento Miguel Ferrer habla de hincarle el diente al bolsillo del usuario en el momento del intercambio.

Y es que las plataformas colaborativas se están acercando demasiado a las condiciones de libre mercado establecidas por los economistas clásicos. Hoy ya coexisten modelos de empresa basados en el lucro empresarial con otros orientados a las oportunidades comerciales, a la cooperación o al desarrollo de las personas.

La tarea consiste en adecuar la regulación de estas actividades para que si alguna empresa se auto proclama bajo los valores de la EC utilizando el concepto como marketing engañoso, esto no se convierta en tendencia y trabajar para que sea un modelo sólido, eficaz y perfectamente identificable.

No nos dejemos engañar, tampoco ahora que pretenden regular estas plataformas poniéndoles adjetivos como el de economía colaborativa bajo demanda y economía colaborativa de acceso (accede a este documento si quieres profundizar sobre esta información). Si nos cobran NO es economía colaborativa.

Muchas dudas aún por resolver pero es el precio de los profundos cambios sociales y culturales que actualmente están sucediendo. Solo cabe esperar lo siguiente y como citaba Juan Sobejano en el blog de Sintetia… 

“Esperemos que la evolución de la EC no se convierta en un despotismo ilustrado en el que el fin justifique los medios. Un todo para el pueblo pero sin el pueblo”.

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