La sociedad actual en los países del primer mundo vive a una velocidad muy por encima de lo sostenible. Esta se transforma en velocidad crucero si hablamos de apropiación de recursos y de generación de residuos, porcentajes bastante superiores de las capacidades del entorno.
Estamos generando gases de efecto invernadero (proveniente de los residuos) por encima de la capacidad de ser asumidos por parte de la atmósfera (la cual utilizamos como sumidero).
El posible agotamiento del petróleo (que usamos como recurso) se debe a que estamos consumiéndolo por encima de su tasa de renovación.
Si hacemos un repaso por todos los problemas ambientales, los podemos situar en estas dos categorías:
Excesiva velocidad de consumo de recursos.
Y excesiva velocidad de producción de residuos.
Todos sabemos cuál es la solución. Es sencillo; consumir menos recursos y producir menos residuos, todo a un ritmo asumible por la naturaleza.
Entonces, ¿por qué avanzamos justo en la dirección contraria?
Nuestro sistema actual, el capitalista, funciona con una única premisa: maximizar los beneficios individuales en el más corto espacio de tiempo. Y una de sus consecuencias es que el consumo de recursos y la producción de residuos no para de aumentar a velocidades exponenciales.
No es que haya un villano que diga: quiero cargarme el planeta. Es una simple cuestión de reglas de juego, o maximizas tus beneficios o te quedas fuera.
Quedarse fuera es que tu empresa sea absorbida o pierda su mercado.
Para atajar este problema de sobre velocidad, de competencia caníbal que esquilma, exprime y erosiona nuestro planeta pasa por abandonar la obsesión del crecimiento.
Significa que los ciudadanos del primer mundo tendremos que recortar drástica mente nuestro consumo de recursos para solo acceder a las cosas que sean exclusivamente necesarias. Para así, acoplar la producción de residuos a la capacidad de asimilación de la naturaleza.
El decrecimiento no implica que todo el mundo decrezca, ni que decrezcamos en cualquier cosa, sino que busca la equidad en la austeridad.
La apuesta por el decrecimiento no es anti-capitalista si no anti-productivista, busca dar lugar a un mundo donde primen los valores humanos por encima de los técnicos y económicos.
No se trata de regresar a los bosques a la luz de las hogueras () para nada… sino de establecer prioridades. Es comprender que vivir mejor es vivir con menos.
El decrecimiento no es un objetivo, es un medio hasta alcanzar parámetros de sostenibilidad.
Y Trátalo quiere ser punta de lanza del decrecentismo, con nuestra apuesta para reducir el consumo a través del acceso a las cosas, y en el caso que ocupa, alquilándolas.
¿Y tú? ¿te apuntas al decrecentismo?
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