Llevamos unos días que pasadas las doce de la noche el termómetro
exterior colgado en una de las ventanas de mi casa marca más de 30º.
Un verano realmente asfixiante que me ha hecho recordar y desear
las temperaturas que el verano pasado disfrutamos en Noruega.
Aún tengo algunos lugares de aquellas vacaciones que no he compartido con
vosotros y, para refrescarnos aunque sea de modo virtual, hoy nos vamos al
glaciar de Briksdal, ¿os parece?.
El barco que nos transportaba nos dejó en Hellesylt, una pequeña
población situada en una de las ramificaciones del fiordo de Storfjord
desde donde tomamos un autobús que nos llevó a Briksdal.
Durante el recorrido divisamos magníficos paisajes de bosques, montañas,
prados y ríos donde parábamos cada tanto tiempo para poder disfrutarlos
en vivo y tomar fotografías.
El río que se alimenta de las aguas del glaciar y cuyo curso seguíamos
empezó a mostrar un tono azul extraño y maravilloso a partir de una
determinada zona.
La explicación es muy sencilla: dicha agua procede del glaciar y durante
millones de años ha estado sometida a congelación y una presión excepcional.
Sorprende no sólo su color sino su opacidad de modo que puede parecer
turbia, aunque no puede ser más pura, y refleja como espejo las montañas y el
paisaje que la circunda.
Pasamos por el pueblo de Olden, donde hay una embotelladora de estas
aguas que son unas de las más conocidas y preciadas del país.
No es que tenga un sabor distinto pero realmente es diferente. A mi padre le
traje una botellita y no pudo gustarle más cuando la probó y al explicarle de
dónde procedía.
Pasado Olden el autobús nos dejó para iniciar una caminata de unos 10 km
hasta llegar al glaciar.
Como os comenté en su momento, en Noruega una caminata tan larga es un
paseo: el entorno idílico, las temperaturas estivales tan suaves y el aire tan
puro obran maravillas, os lo aseguro.
La flora es exuberante, llena de helechos, musgo y flores.
Allí el término agostado no tiene sentido.
La fuerza con la que baja el agua por el río es tal que en aquellos lugares
donde hay saltos o se unen varias corrientes, el ruido es tan fuerte que es
difícil entenderse y el agua se eleva nebulizada.
En los tramos llanos el río deja de ser el protagonista exclusivo y podemos
dedicar atención al resto del entorno.
Granjas con animales mansos acostumbrados a saludar a los visitantes.
Viejas construcciones en madera típicas del país con sus techos verdes de
turba cuyos alrededores se han acondicionado para servir como merenderos.
Ni una sola papelera pero tampoco un solo papel en el suelo: La
concienciación ecológica es muy grande en este país y precisamente
este lugar es uno de los que más muestra el proceso de calentamiento
global: a lo largo del recorrido a pie se pueden ir viendo los indicadores y
las explicaciones de la reducción que el glaciar ha sufrido a lo largo de la
historia y que se ha precipitado en los últimos años.
Imagino que quienes hacemos excursiones a lugares como éste es porque
tenemos sensibilidad medioambiental y, no sólo los habitantes de la zona
intentan cuidar el entorno, los viajeros también.
La lengua del glaciar, magnífica a pesar de su reducción por el cambio
climático, puede verse desde muy lejos y desde distintas perspetivas.
La laguna formada por el deshielo y que da comienzo al río tiene el
mismo color azul que el propio glaciar.
Un lugar que emana calma, una especie de santuario natural donde es
frecuente encontrar composiciones de piedras en equilibrio.
Tras permanecer en este maravilloso lugar un buen rato, iniciamos la bajada
hasta el lugar donde nos había dejado el autobús: nos esperaba una típica
comida noruega con salmón fresco y otros productos propios del país para
reponer fuerzas.
Un lindo lugar donde tuvimos tiempo de descansar de la caminata y tomar
un café antes de seguir en autobús hasta nuestro próximo destino.
Con sus correspondientes paradas en idílicos pueblecitos cuyas aguas
mantienen ese azul glacial al principio...
Pero que poco a poco van tomando un color más común.
El barco nos esperaba en Geiranger, población situada en el extremo más
interior del otro ramal del fiordo de Storfjord por lo que el camino de vuelta
fue distinto, aprovechando así para visitar el mirador de Flydalsjuvet con
una impresionante vista del fiordo.
Los últimos tramos de subida hasta el mirador resultaron impresionantes
con placas de hielo que se desprendían de las orillas y se deslizaban
lentamente por el curso del río.
Y al llegar a la cima la impresionante visión del fiordo y nuestro barco
esperando que bajásemos para recogernos y llevarnos a nuestro siguiente
destino.
Una excursión imperdible si visitáis el país noruego.