Y normalmente, no suele ser así. Lo que conseguimos es una solución más compleja. Pero eso no la hace mejor en absoluto. Haz la prueba: dale el problema a un niño.
Piensa como un niño
No tengo muchos recuerdos de cuando era un crío. La idea general que me viene a la cabeza cuando pienso en aquellos tiempos, es que todo era más fácil. Y más sencillo.
Si lo pienso ahora, objetivamente, con punto de vista adulto, todo era igual que ahora. Lo único distinto era mi punto de vista: al no ser consciente de todas las posibilidades, variantes y ramificaciones de cada situación, todo era mucho más simple.
Y así es como debería ser siempre: Si tienes un problema concreto ahora mismo, centra todos tus recursos en encontrar una solución a ese problema, no en hacerlo más grande.
La solución no será mejor porque la hagas más complicada
Darle más vueltas no te garantiza mejores resultados. Si tienes tos, aplica lo más sencillo: unos caramelos de menta para la tos. Y a otra cosa. Porque te preocupes y le dediques más energía mental al problema no se va a solucionar. Y si va a más, busca la solución pertinente en ese momento.
Una tendencia creciente en todos los trabajos de desarrollo de productos o servicios en empresas es analizarlo todo demasiado. Buscar soluciones complejas. Como si eso fuera a dar una imagen de empresa o servicio más avanzado. Más sofisticado.
Cuando en la mayoría de los casos, la solución ya existe y es mucho más simple. Por que le dediques 450 páginas en un informe y doce presentaciones, no la vas a hacer mejor ni más útil.
Si tienes tos, caramelos de menta para la tos. Y a correr.