Baldovino Barani
Viajó a Madrid para matarlo. Cosas así se planean con tiempo, no es casualidad. Se piensan de principio a fin y ella no dejó cabos sueltos, por eso no fue un accidente que lo encontrara en Madrid.
Sabía que estaría allí ese día.
Que cruza la calle a las 13:17 para ir a almorzar. Ya lo había hecho antes y la vez anterior. Lo sabía todo de él, incluso durante meses pasó horas repasando en su cabeza todos los movimientos para dar con él.
No se quería equivocar, eso me lo contó días antes.
Por nada del mundo volvería a cometer el mismo error que la última vez, por eso lo tenía todo tan matemáticamente programado. Tendrías que haber visto el libro rojo que siempre lleva. Me lo había explicado todo, lo del pasaje, Madrid, la calle y sobre él.
Claro. Todo excepto por qué y no se me ocurrió preguntar, viste como es Ana de efusiva que no deja espacio a las preguntas.
No sabía que viajó a Madrid para matarlo, me lo dijo después. Justo después de matarlo me llamó llorando pero no estaba arrepentida. No estaba para nada arrepentida y me lo contó todo.
A las 13:17 cuando el salió a almorzar ella lo esperaba justo al frente, en la parada del autobús. Él le sujetó la nuca con ternura y ella le acarició el cuello y se dieron un beso largo, como cuando hay ganas.
Muchas.
Su mano en la nuca le dejó el cuerpo sin aire, el corazón se le trabó y ahí es cuando lo mató, mató todo el amor que sentía por él, algo así me dijo. Ella los observaba a los dos besarse del otro lado de la calle. Él nunca le había sujetado así la nuca. Nunca con tanta ternura.
Luciana Salvador Serradell