#SmartCity - ¿qué pasa ante las nuevas interfaces y las nuevas movilidades?

#SmartCity - ¿qué pasa ante las nuevas interfaces y las nuevas movilidades?


(Adaptación de publicidad de Six Feet Under)



En este post hablo de las nuevas interfaces y movilidades que viven las ciudades y su impacto en la idea de SmartCity.

El objetivo es reflexionar de ciertas cosas que han cambiado, pocas, y otras que no han cambiado, muchas.

El post se expone con una perspectiva reflexiva y de ensayo (no tanto), y concluye con preguntas cuyas respuestas inciden en la Smart City.

Y esto porque las ciudades llevan mucho tiempo pensando como ser Smart City. Teoría, práctica y resultados han ayudado a generar abundante documentación, modelos y puntos de vistas.

Pero resulta que sale el COVID y cambio un poco o mucho las reglas del juego.

Y por lo mismo reflexionar un poco del tema puede seriv,r si bien ahora todo dependerá de lo que pase en los últimos meses del 2020, pero hay dos cosas que al parecer perdurarán en las ciudades : las nuevas interfaces y las nuevas movilidades.

¿Hablamos de nueva normalidad o nueva realidad?



Desde Marzo hemos vivido un tobogán de emociones que conviene repasar pues sirve de antecedente al comportamiento humano.

En Marzo, ante el encierro global, fue el momento en que nos dimos cuenta, usando el concepto de McLuhan, que éramos una Aldea Global, y hubo una explosión de deseos por un nuevo mundo.

Las semanas pasaron y cobró fuerza la reinvención de todo.

Comenzó a haber una explosión de webinars, como el nuevo Netflix y comenzó a repetirse expresiones como "Innovación en la era de crisis", "Innova o muere", entre otras expresiones cliché.

Pasaron los meses de la era COVID-19 y asistimos al re-ordenamiento de fuerzas aprovechando la geopolítica sanitaria y un llamado a finanzas conservadoras, dejando claro que comenzaba una nueva era: la era post COVID-19 que garantiza algo claro, un gran freno económico.

Comenzó la plétora de selfies en videoconferencias. Antes contábamos likes en un post, ahora contamos caras de asistentes a una video conferencia. Comenzó la guerra del zoom masivo.

Apareció el teletrabajo como reacción y luego vemos con asombro que las mismas consultoras que promueven el teletrabajo, ahora dicen que están listas para volver a la oficina.

Ni hablar de la gestión a distancia que podría haber sido la antesala a los nuevos modos híbridos de trabajo, pues ni se escucha ni se lee mucho.

Pero todo lo anterior, ocurría en las redes de comunicaciones, en internet y la televisión. ¿Qué pasaba en las ciudades?

Las ciudades se vaciaron. Sin embargo, habían personas que las veíamos moverse.

Las redes sociales saturaron el espacio digital destacando héroes y heroínas que muy merecidamente lo son y serán: personal sanitario, policías y fuerza del orden y seguridad, agricultores, y muchos otros.

Sin embargo quedaban fuera el personal de limpieza de las ciudades, loa guardias de edificios, los cajeros y cajeras de tiendas y supermercados, y muchos héroes y heroínas anónimas, lo de siempre, pero que en realidad son quienes siempre han garantizado lo que podríamos decir son “los mínimos” de subsistencia de las ciudades. Como la película el Club de la Lucha, quienes mueven y hacen las ciudades son los invisibles que la dominan.

Y en paralelo a todo esto, las personas comenzaron a salir.

Se constató que las personas cumplen e incumplen normas, independiente del nivel de desarrollo del país. La “picaresca” ante los salvoconductos se dio en cualquier estrato socioecómico.

Y en todo este orden y caos de cosas, la narrativa urbana evita hablar del COVID-19, pero no le anula en la cosmovisión diaria, simplemente lo estamos llevando a un nivel de noticias donde al parecer está en conflicto la disciplina, la vigilancia y los desaciertos de las empresas, los gobiernos y las instituciones frente a la supuesta “viveza” de los ciudadanos que va entre la supervivencia y el ocio.

Esta normalidad que ha emergido y ha mostrado que las personas somos más iguales en comportamientos que lo que creíamos.

Cabe preguntarnos si estamos realmente ante una nueva realidad o ante una nueva normalidad que es la misma de antes pero con mascarrilla.

Y ¿qué pasa con las ciudades?

La movilidad restringida y constreñida que será o no será.



Partamos hablando de que el consumo cambiará. Es cierto que ya se ha escrito mucho del tema en pocos meses, pero algo que no se ha dicho, es que las reglas para tomar decisiones han cambiado y por ende el tiempo en la ciudad ha cambiado.

Aún se sigue escribiendo del nuevo consumo. Pero nadie dice que el nuevo consumo nunca cambió, cambiaron las condiciones de suministración, algo de lo que nadie habla.

Esto es simple. Ahora se sale poco. Se piensa mucho antes de salir, se analizan precios, se planifican rutas, horarios y, si hay restricciones de movilidad, ya todo es más organizado, o simplemente se obvia cualquier regla. No se sale todos los días o se sale cuando se quiere.

Se observa que el distanciamiento social es una métrica variable según cada persona. Además autoridades nacionales, regionales y urbanos, no necesariamente son ejemplo a seguir.

En síntesis, hay dos tipos de personas.

Las personas que se están moviendo moviendo menos, y cuando lo hacen, se planifica para reducir los desplazamientos, combinado con una idea de buscar comercio y ocio de cercanía:

Las personas que no cumplirán reglas, normas ni peticiones, y que no sabemos por donde andarán.Ojo, no hay buenos ni malos. Son personas usando su libertad.

El gusto de recorrer la ciudad ha caído. Ya no tenemos la opción de recorrer la ciudad o de disfrutar sus espacios como antes. Ahora hay que hablar de disfrutar la ciudad de forma distinta.

Colegios y muchas oficinas están cerradas. Cafeterías, bares, y restaurantes están aguantando. Cines, gimnasios y centros de ocio están esperando a ver qué pasará. Plazas, parques y pulmones urbanos están casi desiertos. Tenemos teletrabajo y una oferta de internet muy grande en casa, que nos deja en casa.

Visitamos más el comercio online, y si hay que salir, analizamos más los precios, aparte de que nuestros gustos están evolucionando y conforme avanzamos en modo pandemia, los intereses están evolucionando y miramos los precios frente a su evolución respecto de la liquidez personal, familiar, de la ciudad y del país.

Vivimos la era en tenemos la opción de decidir si movernos o no dentro de reglas, o de pagar para que otros se muevan por nosotros.

Nos estamos acostumbrando a salir lo preciso, coordinados con las normas de desplazamiento, distanciamiento social, estados de emergencia, ordenanzas municipales, cuarentenas localizadas, y toque de queda que constriñe nuestro libre albedrió con movernos cuando queremos y donde queramos. Y, más recientemente, viviremos los planes de auto-responsabiidad y co-responsabilidad.

El transporte evolucionó. Restringido y coartado. Vemos surgir la micromovilidad (bikes y bicicletas) como oportunidad para quienes puedan usarlas.

El delivery se ha adueñado de la movilidad. Son las nuevas pandillas. Pero son la nueva clase desfavorecida, la cara visible y mediática de una ciudad que sigue vive, pero también es la cara oculta de las economías colaborativas.

El delivery es el nuevo e-commerce, algunos dicen que son la nueva vía de propagación del COVID-19, pero ahí están, libres con su ensordecedor ruido del cual nadie se hace responsable aún, pero que refleja la nueva modernidad. El delivery marca la nueva geopolítica urbana mezclando la economía del confinamiento, de la plataforma y de la distancia responsable, en nuevos territorios trazados desde lo digital.

Pasamos de las apps que nos reportaban sobre el tráfico y buscaban mejorarlo, a apps que monitorean personas con COVID.

Y a apps que simplemente permiten comprar de todo.

Vivimos una movilidad planificada, donde la narrativa evolucionó de sentirse libre de decidir, a una narrativa urbana que marca el territorio de decisión.

Las personas podrán cumplir o incumplir una normativa, pero siempre estará dispuesto a cumplir lo que diga una app de delivery.

La ciudad como interface y las nuevas interfaces.



Vivimos en ciudades con barrios o sectores en cuarentena. Regulados por interfaces normativas, sean leyes, normas gubernamentales o decretos municipales, que evolucionan a diario.

Interactuamos detrás de mascarillas, gafas y protectores de diverso tipo, desde guantes hasta trajes biosanitarios, las cuales continuamente son rociadas con líquidos que marcan la interface espacial con un halo de confianza y tranquilidad. Son nuestra nueva interface del contacto.

Vamos a comercios donde debemos hacer fila cada dos metros parados en marcas en el suelo. Nos toman la temperatura. Nos miran, A veces hay policía dentro de los comercios. Vivimos tranquilos con cámaras que ahora nos vigilan, para el bien común y personal, por el momento.

Como en Six Feet Under o Dos metros bajo tierra, que reflexionaba sobre el encuentro del yo interior, ahora construimos el yo social a dos metros de distancia, donde la distancia es la nueva piel social.

La economía que de cierta manera imponía interfaces comerciales y sistemas de precios, ahora en un mundo digital, se aplana, pues la oferta es mundial y competitiva. Un niño ahora puede estudiar en un colegio fuera de su país a precios competitivos, con nuevas interfaces culturales y a precios asequibles y con calidad equivalente.

En suma, el COVID podría haber hecho desaparecer las culturas. Con el COVID, ya no hay millenials ni boomers. El COVID nos puso a todos en la misma línea de partida de la carrera digital.

Y todo esto, sin considerar que vivimos la interface digital que nos aleja del coqueteo del cuerpo, de la viveza del gesto corporal, y del candor de sentir una piel y no una máquina.

Estamos arrojados a la supuesta nueva realidad de estar ahora más conectados que nunca, pero con las mismas interfaces de siempre: cámaras que nos permiten vernos en cuadritos, correos electrónicos, mensajes de teléfono y de whatssapp, apps que suelen reflejar más una homogeneización que reflejar la riqueza humana. Y foros y carpetas con documentos o más bien cientos de miles de fotografías, capturas de pantalla, videos y audios de nombres a veces indescriptibles.

Siguiendo con el mundo digital. Nos hipersaturamos de contenidos. Ahora sumamos webinars o videoconferencias, que por más que queramos darles nombres llamativos a los temas, o emplear estética llamativa para que se vea entre miles de anuncios, los webinars se han convertido en dank memes.

Pero así como lo digital cubrió muchas realidades, mostró que se generó una nueva interface: los con internet y los sin internet. Estudiantes con acceso a plataformas digitales para estudiar, versus estudiantes fuera de las ciudades que siguen andando muchas horas para ir a un colegio pero ahora para ir donde tengan señal o quedar tener un computador. Ancianos fuera de toda conexión y además aislados. Y así iremos viendo más realidades. Pero lo digital no está resolviendo la brecha digital, puede ampliarla y eso es de cuidado.

Vivimos en ciudades rediseñadas con calles vacías, con reglas nuevas de movilidad, con cielos que aún son más claros que antes, con interfaces físicas, digitales y normativas que marcan una nueva narrativa urbana. Ya veremos si la polución crecerá o no.

Y en todo este escenario, la ciudad, por su propia digitalización y servicios que brinde, se convierte en sí misma en una interface. Acceder a los servicios de una ciudad será equivalente a estar o no en un país. ¿Las ciudades, las Smart City, llegarán a ser pequeñas Estonia?

Y ¿qué es la ciudad ahora?



Piensa en su ciudadanía, es previsora, se adelanta a los problemas y a nuevas realidades.

Garantiza calidad de vida mínima.

Es resiliente pero más que eso, ahora debe resistir, aguantar y debe ayudar a resistir y aguantar.

Determina procesos que marcan un convivir y un confinamiento que es en sí mismo es convivencia, sea para vivir mejor o al menos mejor entre todos.

Genera y construye empatía cívica y urbana para que se respete el bien común.

Ya no es una ciudad de ingenierías, arquitecturas y municipios, sino que da una oportunidad de vida y de garantías, con equilibrio entre nuevos espacios para vernos, juntarnos y tocarnos, con nuevos espacios vacíos, desocupados, donde los ciudadanos deben participar co-construyendo las condiciones.

Es un espacio donde la desigualdad, la exclusión, los guettos, no pueden ser permitidos.

Piensa en las personas que se acercan a la ciudad pero terminan malviviendo, y piensa en las personas que ahora buscan estar lejos de la ciudad.

Debe ser inteligente para sacar lo mejor de la era COVID y desechar los malos aprendizajes de esta misma era.
Aprovechan el terreno ganado ante le mejora ambiental por disminución ambiental, deben explotar la digitalización y procuran transformarse para la gestión que conlleva, .

Sabe que una cosa es combatir el COVID con una vacuna y otra cosa es la pandemia que se supera con y desde las personas.

Etc.

¿Cuál es entonces la nueva Smart City?


¿Es el espacio del dominio digital o del espacio de la convivencia?

¿Habrá que crear un índice de felicidad urbano? ¿o un índice urbano de felicidad urbano?

¿Precisaremos apps que nos indiquen el estado de los edificios donde vivimos para no salir?

¿Imperará la socialización en modo whatssp como métrica de cohesión social?

¿Qué haremos con la infraestructura informática para ciudades que cuya urbanidad ahora se mueve a escala humana y no a escala municipal?

¿El capital humano de una ciudad cómo se medirá si ya no precisa estar en la ciudad?

¿Cómo será la proyección de una ciudad, frente a su imagen de foco de contagios?

¿Hasta dónde podremos mantener o mejorar la protección ambiental con el incremento de ruido ambiental o el plástico de guantes y otros utensilios de salud?

¿La planificación urbana deberá re-pensarse?

¿La ciudad importaría más por la cantidad de muertos que por las opciones de desarrollo?

¿Cómo sabremos quién es ciudadano de una ciudad?

¿Debemos pensar nuevos modelos de gobernanza o todo será ahora una gobernanza de base digital?

¿Cómo será la economía de la ciudad, con personas que pagamos con dinero plástico y digital global en transacciones que no necesariamente serán objeto fiscal local?

¿Seguiremos hablando de Smart City o habrá que hablar de Digital Smart Territory?

Etc.

Muchos de estos temas ya están o estaban en debate, solamente que ahora hay que buscar respuestas rápidas y simplemente esperar lo que pase.

Fuente: este post proviene de Estrategias y proyectos de innovación, TIC y desarrollo, donde puedes consultar el contenido original.
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