Es tan normal que nuestros datos circulen por redes digitales que la verdad nos hemos convertido en vigilantes vigilados, de un control social permeado, mutidireccional. Y además, ¿qué ocurre con el control social cuando la tecnificación es masiva y además urbana?
De eso se trata este post, de analizar el control social desde su oscuro origen e invisible cotidianeidad, hasta el impacto en las SmartCity lo cual es extrapolable a cualquier organización de actividad humana tecnificada.
En este post dos cosas se abordan, de evitar la paranoia distópica de una sociedad de control, y de preocuparse "del detalle" de que al parecer pasaremos de una sociedad hiperconectada a una sociedad del control.Control Social: no seamos paranoicos, seamos conscientes.
Quienes vivimos en ciudades digitalizadas o que van corriendo a serlo, debemos pensar en qué ocurre cuando estamos rodeados de dispositivos de captura y procesamiento de datos, que por un lado nos graban, registran, monitorean y por otro lado permiten almacenar y procesar esa información de forma cómoda a agentes privados y públicos.
La posibilidad de control social existe hace bastante tiempo, y de hecho funciona muy bien. Por ejemplo:
el marketing focalizado que hacen empresas (desde las tiendas de barrio que anotaban en su libreta las deudas de los clientes, hasta las estrategias de uso de información de Google o Facebook), o
el uso de e-CRM político (comunes para capturar tendencias de opinión ciudadana) o de estrategias de gobierno inteligente (paso siguiente al gobierno electrónico) por parte de gobiernos.
Ahora la preocupación es que estas cosas son "normales".
Aparte, el control social se da con regulaciones empresariales y públicas sobre lo que se puede hablar, informar, escribir u opinar. Desde contratos empresariales hasta leyes al respecto, ya contienen la idea de control social. Esto llevado a la libertad de expresión, hablemos del sector público o del sector privado, la cuestión ahora es que el tema es más visible y por lo mismo debe precautelarse mucho más.
Tras estos nombres ocurre lo mismo: capturar y usar miles de datos en dispositivos ahora potenciados con la wearables o la Internet de las Cosas, almacenados en Cloud, y procesados con Big Data y Big Analysis.
Antes de seguir algunas precisiones pues es común que lo digital requiere definir fronteras, si es que las hay, para luego hablar del control social.
Aquí no hablo ahora de vocheurismo digital (que ya discutí en "¿porqué navegamos tanto en facebook? vocheurimos, copulleo o cotilleo" ) ni de espionaje cibernético (que ya estoy abordando desde mi artículo sobre el caso Hacking Team), sino de lo normal que es saber que nuestros datos son usados para controlarnos.
Aquí no distingo entre público y privado. Primero, porque lo privado es público del momento que depende de personas que son parte de lo púbico, lo cotidiano, y porque las personas no vivimos privatizados, sino en comunidades (aunque rodeados y usuarios de muchas cosas privatizadas). Segundo, porque las fronteras público-privadas, ya sea por cuestiones legales o ilegales, están fundidas en complejas relaciones económicas que en suma son reguladas por normas y directrices gubernamentales (que aunque su origen quizás sea de un grupo de interés o presión, al final pasa por lo público). Y, tercero, porque si eso del de gobierno abierto funciona, lo privado deja de tener sentido.
Aquí no fustigo la digitalización contemporánea y post moderna. No, el control social viene de antes de las computadoras, y el control social informatizado es más antiguo que internet. Tampoco aludo a una distopia digital, ya que no tiene sentido hablar de un futuro posible cuando ya se vive hace años, ni tampoco se quiere decir que todo sea tan negativo. Tampoco se trata de "malignizar" el cloud, el bigdata o la Internet de las Cosas, sino más bien de decir lo que pasa si se mal usa.
Pero este control social no es solamente indistinto entre privado y público, sino que es multidireccional entre las personas.
Por ejemplo, así como los datos en redes sociales son usados por empresas para detectar comportamientos de compra y por la policía para detectar comportamientos delictivos, también esos datos son usados por delincuentes para analizar posibles víctimas, redes de pedofilia buscan menores de edad, o simplemente miramos lo que hacen otros y establecemos estrategias de relación.
O sea, el control social es inherente al ser humano y por tanto a sus organizaciones o formas de organización.Control Social en la postmodernidad: caso SmartCity.
El Control Social no es un tema nuevo cuando los gobiernos (públicos y empresariales) aprovechan tecnificación.
Smart City: interconnected city
Internet como redes de gobierno: postura de Deutsh. En 1971 Deutsch en su libro Los Nervios del Gobierno resaltaba el músculo cerebral que un gobierno gana cuando tiene datos, información y conocimiento. La idea es simple: un gobierno no es robusto si es fuerte, por ejemplo, policialmente, sino será poderoso si sabe usar la información. Por eso su libro alude a los "nervios", no al "músculo".
Lo importante del trabajo de Deutsch es que ya introdujo los sistemas de información y comunicación (SIC) como ejes de la fortaleza de un gobierno. En su momento, esto aplicaba a lo netamente gubernamental, pero ahora es aplicable al gobierno y la gobernanza.
Y mientras los SIC se limitaban a lo estrictamente estructural y funcional de una organización burocrática, con las nuevas tecnologías y el homogeneización de las estructuras organizacionales y los conceptos público-privados, lo que eran los SIC ahora son redes globales transfronterizas que permean entre sí gobiernos gubernamentales y corporativos a través de las personas.
Deutsch no levanta banderas rojas sobre el control social, pero deja muy en claro que información es poder y conocimiento es control.
La ciudad benévola y sin costuras de vigilancia: preocupación de Sadowski y Pasquale. Más recientemente, en el 2015, Jathan Sadowski y Frank Pasquale en su paper "The Spectrum of Control of Control: a social theory of smart city", llaman la atención sobre algunos de los aspectos negativos de las ciudades llenas de redes de sensores inteligentes.
Sadowski y Pasquale destacan que en la actualidad se refuerza mucho que en una ciudad smart existe demasiada propensión a asumir que una inteligencia benévola anima la proliferación de redes de sensores y mecanismos de control a instalar.
A ellos les interesa que las ciudades inteligentes ofrezcan redes que proporcionen un pequeño escape a un tejido social urbano que aporta niveles de estrés mayores conforme las ciudades crecen y por lo mismo deben carecer de costuras de vigilancia.
Ambos autores recalcan, que de existir una red de vigilancia, que como expuse anteriormente ya existe, pero débil en términos relativos a los nuevos dispositivos y posibilidades de procesamiento presentes, como los sistemas de reconocimiento facial, o el rastreo de movimientos de personas gracias a teléfonos inteligentes rastreados GPS o balizas, por ejemplo. Y esto les preocupa y dejan claro que en este asunto hay una bandera roja.
Todo depende de las personas y la moda. Todos los autores comentados dejan claro que dependiendo de la persona que utiliza la tecnología, la recopilación de dicha información podría ser visto como beneficioso o insidioso.
Dependencia humana. La igualdad democrática queda en manos de un funcionario o empleado, ya no de un presidente o un equipo de gobierno (si bien en suma -idealmente y teóricamente- un presidente de gobierno es un funcionario debido a sus ciudadanos, y un directivo empresarial es un empleado de sus clientes).
Dependencia de modas. El fenómeno Smart es un fenómeno político y económico. Claramente Smart permite una mejor gestión del vivir en un ciudad lo cual mejora el desarrollo y crecimiento de inversiones de una ciudad, y claramente tecnificar una ciudad ha abierto un camino ancho a inversiones altas muchas veces justificadas por "tener lo que otra ciudad tiene". Los principales actores corporativos y gubernamentales trabajan duro para empujar el smartening con elegancia y modernidad, con el fin de que sea percibido como ideal, se empujen a líderes de la ciudad, y se cree una órbita de inversores. Sin embargo, los hechos no necesariamente podrían demostrar que esto sea así o vaya a ser así ... todo depende de personas y modas.
El smartening por ende requiere reflexiones del cambio social y cultural que supondrá nuevos niveles de tecnoficación urbano-digital.
Las ciudades smart antes de tecnificar analizan el impacto de la tecnología, no despliegan tecnología. En estas ciudades los gobiernos locales se ocupan de las preocupaciones de los ciudadanos de que los sensores y otros sistemas inteligentes puedan usarse de una manera que invada la privacidad de las personas.
Por ejemplo, Kansas City aprobó una resolución de comprometerse a seguir las mejores prácticas de privacidad de datos, y el alcalde creó el Consejo Asesor de Smart City para ofrecer orientación sobre cuestiones de privacidad.
¿Las posturas de Deutsch, y de Sadowski y Pasquale serán reales o exageran?
¿El smartening es un problema de las ciudades o de dejar la tecníficación en manos irresponsables?
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Referencia citada en este post
Deutsch, Karl. (1971). Los Nervios del Gobierno. PAIDOS. 274 pp.