De los distintos pisos y casas en los que he vivido a lo largo de los últimos 15 años, lo que más recuerdo, aparte de las anécdotas con compañeros y fiestas varias, claro, es la luz que entraba por esta o la otra ventana.
Ese piso donde la luz entraba por la mañana en mi cuarto, cuando iba a la universidad y me podía pasar la mañana leyendo entre cojines en la cama, con la luz en mis piernas. Ese otro piso con un balcón alargado, donde daba el sol todo el día, donde los gatos se tumbaban en el marco de la ventana a tomar el calor del solecito mediterráneo. Esa otra casa, bañada de luz marina, donde el sol amanecía en la cocina y se acostaba en el comedor. El otro piso con la terraza pequeña-pequeña, pero bien protegida donde podía tomar el sol sin que me vieran los vecinos.
Ahora el sol entra de nuevo en una sola habitación de la casa, mi cuarto y sólo por eso es mi cuarto favorito. Quizás en la próxima mudanza me busco un invernadero y a vivir con las ventanas abiertas, para que corra el airecito y pasar el calor.