Un día de estos me tenéis aquí escribiendo con la cara partida en dos, la nariz chata y sin las paletillas en la dentadura.
Y es que cuando salgo a la calle, y más si es por caminos desconocidos, no hay cosa que me atraiga más que andar mirando portales y ventanas e imaginarme otras vidas posibles detrás de cada cortina. Ojalá aprendiera a levitar, así no habría tanto peligro de morrazo contra el suelo, aunque todavía me quedaría por solucionar el tema de farolas, andamios y otros elementos verticales que-no-sé-qué-pasa-con-la-vida-moderna-que-cada-día-está-más-complicada.
No estoy ni doblando una esquina que ya empiezo a imaginarme la callecita que nos encontraremos, ventanas enormes con porticones de colores, balcones llenos de flores, algunas banderolas… No nena, esto es una gran avenida en medio de la ciudad, no un pueblo en la Provenza francesa… Qué más da, incluso aquí, fíjate en ese edificio… Arriba, cuarta planta, ventanita de la derecha. Mira, mira, tienen colgado un cristal luminoso, y cuatro macetas en color amarillo… qué gente más maja.
Y así voy esquivando las bicis, los baches y los días.
Para los que empezáis las vacaciones: daros algún morrazo pasional de tanto observar el paisaje. Y contadlo, por favor. Si hay foto mejor! Para los que empezáis a trabajar de nuevo: daros algún morrazo pasional de vuelta a casa, las vistas son preciosas estéis donde estéis. Seguro.