INTRUSIÓN
Alexa
Sé que meterse a una casa que no es la tuya es un delito; más aún si esa intrusión se hace por la noche. Caterina también lo sabía y nos podían echar la policía por ese atrevimiento; pero no íbamos a cometer ningún crimen: no necesitábamos robar y tampoco estábamos tan locas como para matar a los padres de Diego o cometer ningún otro delito.
Sólo íbamos a averiguar si el chico había dejado una carta póstuma o algo así.
Quedé de verme con Caterina en el quiosco de la plaza municipal a eso de las once de la noche. Me aseguré de que mis padres estuvieran bien dormidos, ya que no quería que me hicieran preguntas incómodas, ni que me regañasen. Suavemente salí de mi casa hacia la oscuridad seductora de las calles. Traía puesta una ropa completamente oscura que me camuflaba muy bien con la noche que reinaba en el pueblo.
¿Piensas que no se me vino a la mente la pregunta de cómo nos meteríamos en la casa, sin que nos descubrieran? Pues sí lo estuve pensando; de hecho, sería relativamente sencillo.
Cuando llegué a las inmediaciones de la plaza, me oculté tras el tronco de un frondoso árbol y escruté el lugar en busca de Caterina. No la vi. La maldije porque pensé que me había dejado abandonada. Al cabo de unos instantes unas suaves manos me tomaron del cuello y me asusté. Me giré de inmediato y vi a Caterina frente a mí; si no hubiese visto su cabello rubio, probablemente no me habría dado cuenta que era ella.
Si mi atuendo era un poco detectivesco, el de Caterina se volaba la raya: traía un pasamontañas que le cubría completamente el rostro, dejando entrever sus ojos y sus labios. A su vez, sus manos las traía cubiertas con guantes de motociclista, cual asesino serial.
¿Por qué tu disfraz de ladrón? le pregunté, burlándome. Se quitó el pasamontañas y me miró con recelo.
Pues vamos a invadir propiedad privada. No debemos permitir que nos reconozcan. respondió.
Pero no somos ladronas. Mucho menos asesinas. Si nos encuentran por la calle con tu pasamontañas, seguramente levantaremos sospechas y ahora sí nos meteremos en un problema. dije.
¿Y crees que con el simple hecho de meternos a una casa que no es nuestra, no corremos peligro en meternos en serios problemas? masculló.
Bueno, tú querías saber acerca de la muerte de Diego… alcé los hombros.
Es cierto… y gracias por entenderme.
Digamos que yo también quiero saber el motivo. Y esto es realmente emocionante. di saltitos y aplaudí.
Entonces vayamos. mostró una sonrisa cómplice.
Sí. Sabemos que estuvo mal haber hecho eso. Pero la curiosidad nos mataba.
Llegamos a las afueras de la casa de Diego a eso de las once y media. Estudié el terreno y me aseguré de que nadie estuviera en la calle viendo nuestros actos. El balcón del segundo piso era el lugar por donde nos meteríamos. La casa de los vecinos de Diego estaba rodeada por una pequeña barda de rocas. Mi plan era este: primero subiríamos al borde de esa barda y desde allí saltaríamos a las verjas del balcón. Y así lo hicimos. Sencillo, ¿verdad?
Ayudé a Caterina a llegar hasta el balcón y nos dimos un abrazo cuando ya estuvimos las dos en ese lugar.
Habíamos dado el segundo paso. Ahora teníamos que meternos en la casa, y eso si la puerta de cristal del balcón no estaba cerrada.
Al parecer el universo estaba a nuestro favor esa noche. La puerta de cristal se deslizó fácilmente y sin hacer ningún ruido. Entonces nos introdujimos de lleno en la casa, con el temor latente a que nos descubrieran. Primero había un pasillo largo que atravesaba el segundo piso y topaba con la escalera para subir al ático: el lugar donde Diego se había ahorcado, a la derecha de nosotros, estaban las escaleras para bajar al primer piso; a ambos lados del pasillo se ubicaban las puertas de las habitaciones.
Miré a Caterina y le sonreí en la oscuridad. Ella no notó mi sonrisa y empezó a caminar lentamente y con pasos suaves.
Observé a través de la puerta que teníamos más cercana a nosotros y la encontré entreabierta; en el interior había una cama King size donde dos figuras dormían tranquilamente: los padres de Diego. Noté que ninguna de las dos figuras se movía, ambos parecían estatuas de mármol.
En ese momento se me vino una pregunta a la mente: hace dos días que murió Diego, ¿cómo es posible que durmieran tranquilos? Digo, no sé cuánto dure el duelo de algunas personas, pero normalmente las personas que...
Oh, no... las dos figuras acostadas empezaron a moverse sobre la cama. Miré a Caterina y la empujé hacia adelante. Ambas corrimos hasta llegar a una puerta con pósters de Michael Jordan, y la abrimos.
¡Sí!
¡Habíamos dado con la habitación de Diego!
Aunque sus padres estuviesen despiertos a dos habitaciones de distancia, por alguna extraña razón me sentía a salvo.
Cerré la puerta y encendí una pequeña lámpara que Diego tenía sobre la mesita de noche. Miré a mi amiga y ambas sonreímos: estábamos en la habitación de un chico que se había suicidado apenas dos días antes. Una sensación de adrenalina me recorrió la espalda y la sangre se me heló.
La habitación de Diego estaba desordenada. Había ropa y zapatos de él tirados en el suelo; tenía un estante con libros de todo tipo y las tres paredes llenas de pósters de equipos de baloncesto estadounidenses y jugadores que no podía reconocer. La cuarta pared era el lugar donde el armario semi abierto dejaba entrever el desorden del interior; sobre él, estaban los trofeos que su equipo de baloncesto había ganado en los últimos torneos.
Definitivamente iba a ser difícil encontrar una carta o algo que hiciera referencia a su muerte. Y en ese momento se me ocurrió subir al ático; pero esa idea fue desechada cuando fui consciente de que no quería estar en el lugar donde se había ahorcado. Quizá allí seguía la soga... o su alma... ¡malditos fantasmas!
Hay que empezar a buscar le susurré a Caterina. Ella empezó buscando entre los libros del estante. Yo entre los bolsillos de los pantalones esparcidos por el suelo. Al no encontrar nada, miré hacia otras partes del suelo donde no había nada relevante: algunos calzoncillos sucios, bolsas de golosinas, latas de cervezas y refrescos… un par de condones en sus respectivos paquetes y revistas pornográficas. Luego fui hasta su cómoda mientras Caterina se metía al armario para seguir indagando.
Realmente me sentía extraña. Como una criminal. Como una ladrona.
En la cómoda encontré chicles, cigarrillos y películas piratas que probablemente compró en el mercadillo. Debajo de la cama había más basura y su teléfono móvil. Me emocioné cuando lo vi, pero al tratar de encenderlo me percaté que estaba sin batería.
¿Encontraste algo? me preguntó Caterina desde el otro lado de la habitación.
No. Nada. ¿Y tú?
Sólo un par de cartas de chicas locas por él. me mostró algunas hojas blancas repletas de corazones rojos y también algunas fotos con su novia. ¿Así que tenía novia? Y aun así seguía pretendiéndome. ¡Qué cabrón!
Caterina me enseñó un collage de fotos que realmente parecían tiernas. A decir verdad, no conocía la chica que estaba besándose en varias fotos con Diego.
Miré su ordenador.
No te detengas, sigue revisando. le señalé el armario. Yo me meteré en su orden… y me senté frente a él.
Encendí el moderno HP y me di cuenta de que tenía contraseña. Los chicos son muy torpes, así que busqué debajo del escritorio y voilá... encontré un Post-it con la contraseña.
¿Lo ves? Los chicos son torpes y olvidadizos... siempre tienen en algún punto cercano sus contraseñas.
Ya te dije que el universo estaba a nuestro favor esa noche. Ojalá así hubiera sido siempre...
Sorprendentemente su contraseña era naranjamecánica15, y cuando la introduje y su PC me dio acceso, me sentí victoriosa y llena de dicha.
Divagué por la galería y no encontré nada: había chicas desnudas, vídeos de partidos de baloncesto, de música... nada interesante. En los documentos había trabajos escolares y... listo: era todo.
Resignada, le lancé una mirada de tristeza a Caterina que seguía buscando entre la ropa.
Entonces se me ocurrió la idea de meterme en internet y revisar su historial.
Abrí el navegador y sin siquiera tocar nada más, me abrió la versión web de Facebook. En el buzón (al lado de las más de doscientas notificaciones) sobresalía un mensaje nuevo. Llena de curiosidad lo abrí.
Era de una tal Dawn Walker y esta chica no parecía su novia...
Momentáneamente lo leí:
¡Lamentable tu muerte! Pero creo que lo merecías.
Una sensación extraña nació en la boca de mi estómago. Pero antes de meterme a la conversación completa, la puerta de la habitación de Diego se abrió...
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