Adaptación: Amiklea Munna
EL PRIMER SUICIDIO
Matías
El cuerpo de Diego fue encontrado un sábado por la mañana. A decir verdad, no estoy muy familiarizado con la historia que sus padres le contaron a la policía, cuando éstos fueron a descolgar el cadáver de la soga con la que se había ahorcado.
Tengo muy pocos recuerdos de Diego; la mayoría son relacionados al equipo de baloncesto de Villa Dorada en el que participaba como uno de los jugadores estrella. En el bachillerato no era el mejor estudiante; siempre le encantaba salirse de las clases, además de que era el galán del instituto. Su aspecto varonil y su fuerte musculatura, lo hacían el más atractivo del bachillerato. Incluso yo lo acepto, y eso que nunca he sentido atracción por los chicos.
En algunas ocasiones intercambié un par de palabras con él. A simple vista podía parecer por un patán, pero en realidad era un buen chico.
No me juzgues si digo esto cuando me refiero a una persona ya muerta. ¡Lo sé! Cuando alguien ha muerto es típico decir: Era una persona taaan buena, ¡qué lamentable hecho!, siempre fue amable... aún sin importar que la persona haya sido la misma reencarnación del diablo. Pero Diego no era del todo malo. Digo del todo porque en un par de ocasiones me enteré de que le gustaba molestar a unos cuantos estudiantes, e inclusive a profesores que amenazaban con suspenderlo.
Creo que nunca llegó a nada que ameritaba su expulsión; o por lo menos sólo llegué a enterarme que sus padres le prohibieron por una temporada asistir a los partidos de su equipo. Es decir, en un pueblo tan pequeño como Villa Dorada, los chismes abundan en gran cantidad y al parecer se expanden a la misma velocidad que un rayo. Aquí hay que tener mucho cuidado de lo que se dice en público, o en cualquier momento se puede usar en tu contra. ¡Así de simple!
Bueno, retomando lo que te decía al inicio: tuve muy poca información de cómo se quitó la vida Diego.
Al parecer, el sábado por la mañana su padre se preparaba para trabajar en uno de esos aserraderos en medio del monte; creo que Diego iría a acompañarlo, y cuando fue a su habitación, no lo encontró. Lo buscó un rato por la casa y terminó subiendo al ático, donde lo único que halló fue el cuerpo de su hijo pendiendo de una de las vigas del techo de madera. Naturalmente, ya sin vida.
No quiero imaginarme el aspecto que tendría el cuerpo de Diego.
Es un poco extraño, pero varias veces he visto imágenes muy explícitas de personas fallecidas en distintas condiciones. Quiero creer que no soy la única persona en el mundo que lo hace; porque, ¡vamos!, de alguna forma es muy fácil encontrar ese tipo de imágenes en la red. Sí, he visto un par de imágenes de muertos por estrangulación o asfixia y sus rostros no son del todo agradables. Su cabeza está tan morada que bien podrían competir con el color de una berenjena; incluso, algunos sangran por los orificios de la cabeza (boca, nariz, oídos)... pero, ¡ah!... traer de nuevo esas imágenes a mi mente es un poco perturbador.
Sin embargo, imaginarme a Diego (¡al guapo de Diego!) con ese aspecto, me resulta inconcebible. Después de que su padre lo encontrara colgado, llamó a la policía y posteriormente a los forenses que se encargaron de trasladar el cadáver hasta la morgue de la ciudad más cercana, que está a cuarenta minutos. Bueno, ya sé, no es tan cercana.
La noticia corrió como la pólvora.
Si has vivido en un pueblo pequeño, te darás cuenta de que así ocurre cuando un hecho inesperado acontece.
Imagínate a la gente en los puestos de comida, en las carnicerías, en el transporte y en las tiendas diciendo: ¿Ya sabes lo del muchacho que se ahorcó?
Y con esa pregunta me recibieron mis padres al medio día, cuando me levanté (ya sé que es una hora muy tardía para despertar, pero era sábado).
– ¿Ya sabes lo del muchacho que se ahorcó? – preguntó mi madre, mientras me servía el desayuno.
– No. ¿Quién? – dije.
– Era tu compañero de instituto… – comentó papá terminándose su café. – Diego: el chico que jugaba en la naranja mecánica – ése era el nombre de su equipo.
– ¿Estáis seguros de eso? Dudo mucho que se haya ahorcado. – Me negaba a creerlo. ¿Qué llevaría a Diego a hacer eso?
– Cuando fui a la tienda escuché que dos mujeres estaban hablando de eso. – Añadió mamá, sentándose a mi lado–. Pero es raro, ¿no? ¡Pobre chico! ¿Quién sabe qué cosa le habrá pasado?
Desayuné lentamente y luego decidí salir de mi casa.
El ambiente del pueblo era de por sí extraño. La gente murmuraba a mi paso. Hasta los vendedores ambulantes de otras localidades sabían lo del suicidio. Con un poco de inseguridad, decidí pasar por la casa de Diego. El elegante domicilio de dos plantas pintado pulcramente de blanco; estaba abierto de par en par. Un chico, primo de Diego, colgaba en la entrada del garaje un crespón blanco a modo de tributo por el fallecimiento. Hasta la acera, llegaban los lamentos de algunas mujeres en el interior de la casa.
Pasé discretamente y lancé una miradilla hacia adentro del hogar. Un par de hombres colocaban sillas para el próximo funeral; mientras tanto, un policía todavía le hacía preguntas al padre de Diego.
Aún los forenses no les regresaban el cuerpo, por lo que las exequias no daban comienzo formalmente. Primero tendrían que sacare todos los órganos y bueno... esas cosas que hace un forense...
Mi teléfono vibró en ese instante anunciando un mensaje de texto:
¿Sabes lo de Diego? ¡Diablos! No puedo creerlo.
Era Yuliana, una de mis amigas del instituto. Sabía que a ella le gustaba Diego; y a mí, bueno... a mí me gustaba ella.
Decidí no contestarle en ese momento. Todavía estaba en estado de shock por la reciente noticia que ahora se esparcía por el pueblo, como una enfermedad viral o una propaganda publicitaria.
¿Por que se había suicidado?
Esa era la pregunta del millón.
Cuando iba de regreso a mi casa, me topé con Víctor: mi mejor amigo. Prácticamente pude leer su mente y predecir su pregunta; entonces, adelanté mi respuesta.
– Sí, ya lo sé…– le dije aún antes de que me preguntara. Él se río y me dio un golpe en el pecho. Como siempre, llevaba una gorra tipo polo y unos lentes negros que lo hacían parecer una mosca gigante–. Acabo de pasar por su casa. Su familia está preparando todo para el funeral.
– Pero no jodas: que mierda de valor ahorcarte… quien sabe qué le pasaría por la mente… ¿Qué tendría en la cabeza? Uno no se suicida así como así… - estaba hablando muy alto, pude notar la mirada lacerante de algunas personas a nuestro alrededor.
– Creo que nunca sabremos qué lo empujó a hacer eso. – fue lo único que le contesté.
– ¿Vas a ir al funeral? – me preguntó.
– ¿Tendría alguna razón para ir? Él no era mi amigo. Sí, es lamentable lo que le pasó, pero es un momento familiar…
– Que huevón eres. – espetó. – Mis padres quieren que acompañemos a su familia. Así que yo allí estaré. Me pregunto si sus tres novias estarán presentes en el funeral.
– ¿Cómo sabes que tenía tres novias? – reí. Él se limitó a levantar los hombros.
– Sólo bromeo… – guiñó un ojo y luego me propinó otro golpe en el hombro–. Te veo luego. – y se fue.
Continué con mi andar hasta la casa y abrí Facebook.
Ya había publicaciones de copañeros lamentando el hecho. Había fotografías de Diego coronadas con crespones negros y enormes discursos sobre la excelente persona que era. Me metí al perfil de él y me di cuenta de que me había borrado de su lista de amigos.
Divagué un rato por las publicaciones que le hacían las personas cercanas y no cercanas a él; como si Diego las fuera a ver más tarde. Me sorprendió mucho ver una de Víctor elogiando la capacidad deportiva del ahora finado.
La última publicación era de una chica llamada Dawn Walker; de perfil tenía una foto de ella con un efecto morado. La chica se veía guapa y no dudaba que fuese otra conquista que Diego dejó en este mundo.
Pensé en ponerle una publicación a manera de tributo, pero me negué a hacerlo.
Luego, mi padre me llamó para ayudarle en el negocio y dejé las redes sociales por un largo rato. Sin embargo, el pensamiento del suicidio de Diego estuvo en mi mente todo el tiempo.
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