Una de las ramas más desafiantes de la Lingüística es la que describe los mecanismos que regulan nuestras conversaciones cotidianas. Cuando explico a mis estudiantes cómo funciona una conversación, a menudo la comparo con un baile. Como en una coreografía ensayada hasta el infinito, los interlocutores coordinan sus acciones para hacer posible el milagro del diálogo. La conversación no solamente es necesaria para que los niños aprendan a hablar, sino que está en la esencia de la propia naturaleza social de nuestra especie. Conversando nos comunicamos con los otros, pero también, y sobre todo, aprendemos a cooperar.
El milagro de la conversación humana
Los expertos han descrito con detalle cómo funciona una conversación: un modelo culturalmente determinado que regula cuándo hablar y cuándo callar, cómo pedir y ceder la palabra y hasta el tiempo en el que resulta cortés mantenerla.Lo aprendemos desde niños como parte de nuestro proceso de socialización. Y, aunque en algunas ocasiones puedan identificarse pequeñas disfunciones (interrupciones inesperadas o turnos que se solapan), las más de las veces funciona con la precisión de un reloj suizo.
Sin embargo, por muy admirable que resulte este milagro no podemos ignorar que presenta ciertas limitaciones. Así, la escritura surgió en parte para compensar la evanescencia de la palabra hablada. Y desde las señales de humo hasta el telégrafo muchos ingenios tecnológicos sirven para comunicar más allá de donde los sonidos llegan de forma natural.
Conversación digital eterna y múltiple
En la era digital nuestra capacidad comunicativa parece no tener límites. Sin embargo, conviene recordar que para que una conversación funcione no basta con ser oídos, también tenemos que ser escuchados. Y para ello los interlocutores deben estar atentos y mutuamente disponibles. Vivimos hiperconectados e inmersos en una eterna conversación que se desarrolla de forma paralela y simultánea en distintos dispositivos y aplicaciones. Y precisamente por ello nuestra atención parece estar más dispersa que nunca.Merece la pena meditar sobre la manera en que la mediación tecnológica está modificando nuestra forma de comunicarnos. En Reclaiming Conversation: The Power of Talk in a Digital Age, Sherry Turkle reflexiona sobre las consecuencias de la cultura digital en nuestras relaciones interpersonales para salir en defensa de los intercambios cara a cara como forma de acercarnos al otro. Se pregunta si no habremos sacrificado la verdadera conversación en aras de una aparente conexión ilimitada que nos deja más solos que nunca.
Conversar en tiempo de WhatsApp
Más allá de los inevitables juicios de valor, en mis últimas investigaciones vengo preguntándome sobre cómo influyen las características de las aplicaciones destinadas a la comunicación interpersonal en nuestra forma de conversar.El caso de WhatsApp es especialmente interesante. En sus más de diez años de vida hemos asistido a numerosos cambios. Hemos vivido la irrupción los emojis o stickers para suplir la frialdad del texto escrito o la incorporación de mensajes de audio. Cada uno de estos cambios se ha incorporado a nuestras rutinas de uso. Algunos han sido recibidos con sorpresa y hasta con polémica.
No podemos olvidar el revuelo causado por la introducción en el año 2014 del doble check azul. Desde entonces, los silencios en WhatsApp son más significativos que nunca y la que fuera una de las principales ventajas de la aplicación, la discreción, quedó fuertemente dañada.
Qué es peor? Que te dejen en visto o que estén en línea y no vean tus mensajes?
— Cristina Quinn (@cristipunkychan) August 4, 2021