Una característica típica del teleobjetivo, que lo diferencia de un objetivo normal o de un gran angular, es su ángulo de campo reducido. Precisamente por tener un ángulo más pequeño, el teleobjetivo permite encuadrar de lleno en el fotograma solo una parte de la escena y acercarla a nosotros.
Otra característica del teleobjetivo es la reducida profundidad de campo, que aprovecha de forma óptima para captar el sujeto, resaltarlo y reducir el "ruido de fondo" de la imagen.
El retrato gozará de esa limitada profundidad de campo del teleobjetivo. Pero no es sólo esa la ventaja que lleva a definirlo (sobre todo en distancias focales de 80 a 100 mm) como la óptica ideal para el retrato.
El teleobjetivo también reduce el efecto de perspectiva, lo que garantiza que una fotografía del rostro resulta más agradable, ya que no enfatiza, por ejemplo, el tamaño de la nariz.
A veces es necesario tener ópticas de mayor longitud focal. En fotografía deportiva se utilizan objetivos de 400, 500 o 600 mm; y en la fotografía de naturaleza se llegan a utilizar ópticas de hasta 800 y 1200 mm (objetivos muy caros y muy pesados).
Una solución económica pasa por utilizar multiplicadores, accesorios que se montan en el objetivo de la cámara y que incrementan la distancia focal aumentando su foco por un factor equivalente a 1,6X, 2X o 3X.
Al fotografiar con un teleobjetivo hay que trabajar con tiempos rápidos; en caso contrario, se corre el riesgo de que las fotografías queden desenfocadas.
Para compensar este requisito es útil contar con ópticas muy luminosas (por ejemplo f/2,8) o elegir ópticas estabilizadas, que amortiguan las vibraciones y permiten utilizar tiempos más lentos con seguridad.
Tanto unas como las otras son caras. Una solución mucho más económica es utilizar un monopie.
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